10 oct 15. Siforia Chinea era del Norte de la isla, no recuerdo bien si de Tamargada o de Macayo. Tal vez de Epina, porque olía a brezos en flor y fayas cuajadas de creces cuando bajaba a la Villa, cargada sobre el ruedo a la cabeza, con un gran cestón de caña lleno, unas veces de peras sanjuaneras, otras de duraznos, pequeños y dulces y, por los días de otoño, con castañas que vendía casa por casa o cambiaba por pescado a los marineros de bajura.
Su hijo, Ramón –al que llamaban Moncho Guanil- también portaba el apellido Chinea como un blasón de la soltería indómita de su madre. Trabajaba de cabuquero en los túneles del norte y, como la mayoría de aquellos que dinamitaban la dura fonolita de la isla, estaba afiliado a la CNT. Cuando los cangrejos armados de Hermigua y los militares asaltaron el cuartel de Vallehermoso, Ramón pasó a ser uno más de los “huidos” gomeros, con la suerte de no terminar apotalado o enterrado en una cuneta perdida como otros. Partió en uno de aquellos muchos veleros que arribaban a las costas venezolanas y sus ocupantes eran encerrados un tiempo en El Dorado, hasta que lograban lo que les impulsó al exilio: la libertad.
Siforia nunca recibió carta de Ramón. Preguntaba a todo indiano que regresaba por “El Guanil” y, a veces, alguno le daba noticia de que lo habían visto por Aragua, otros decían que por Cagua e incluso alguno lo colocaba viviendo abarraganado por la Mucuy. Solo rumores a los que no hacía caso porque sabía que Moncho estaba, seguro, en otra isla con nombre de mujer y flor de la que un indiano le había hablado, de playas soleadas llenas de palmeras y muchachas jugando con las olas.
Siforia se fue, poco a poco, empequeñeciendo de cuerpo y aniñando de espíritu. Un día de San Juan no la vieron los que, portando alegres ramos de flores y frutas, iban cada acano a la playa a ver bailar el sol en su salida. Ese baile de Magec llenaba de alegría el ánimo de Siforia porque, estaba segura, que allá en Margarita estaría Moncho bailando con el sol en la dorada playa. La buscaron en vano y con los años todos fuimos olvidando a la vieja Siforia. Alguno incluso insinuaba que se había ido nadando hacia Margarita.
Años después, un maestro, venido de Tenerife, aficionado a la arqueología y buen conocedor de las costumbres guanches, encontró bajando el barranco de La Iguala desde Casas de Jagüe, una cueva en un ancón que le llamó la atención. Estaba cuidadosamente tapiada con piedras que se iban curvando hacia adentro a medida que subían hacia la bóveda de la cueva. Tal y como si se hubieran cerrado desde dentro. Caía casi la noche y decidió volver al día siguiente, fiesta de San Juan, a primera hora. Llegó a la cueva casi aún de noche y fue laboriosamente desmontando la pared. Solo llegó a la mitad cuando vio, mirlado y sonriente, un rostro apergaminado y, al pié del xaxo de la vieja Siforia, un gánigo con una mancha oscura, de leche vieja, en su fondo. En ese momento, desde la cercana Playa de Iguala, unos niños veían bailar al Sol.
Francisco Javier González.
Gomera a 9 de octubre de 2015
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