7 nov 14. Félix M. Arencibia.- Queridos amigas-os, una vez más con ustedes. Hace poco estuve en Berlín por motivos literarios. Sí, en esa ciudad alegre y disoluta de principios del siglo veinte, la destruida por dos sangrientas guerras, en especial la segunda, del 1939-45. Fue la capital de la Alemania hitleriana, que con su ideología nazista intentó imponer una visión descarnada y criminal, sin respeto alguno por el ser humano.
En las primeras décadas del siglo veintiuno es una ciudad, bella, moderna, ampulosa y hasta algo evocadora de un pasado imperial. Los gigantes de las grúas florecen en medios de sus monumentos, de sus avenidas bordeadas por las verdes siluetas de los tilos… La puerta de Brandemburgo, los museos de Pérgamo, Bode, Nuevo, Antiguo, Museo de la Historia Alemana, Antigua Galería Nacional simbolizan el anhelo por recuperar el espíritu grandioso del Imperio Romano y del resto del mundo clásico. No faltan los modernos museos como el de Berggruen, dedicado en gran parte a la obra de Picasso. La zona de Postdam quedó devastada por la Segunda Guerra Mundial hasta después de la reunificación. En la actualidad es estandarte de la modernidad con sus atractivos, en color y forma, de edificios de cristal. La reconstrucción y la pujanza que muestra el Berlín actual puede simbolizar el orgullo y la codicia de una casta económica y quizás de un pueblo que quiere ser un protagonista más destacado de la historia de la humanidad.
Amigos lectores, cambiando de tema, aunque no tanto como pueda parecer, esas grúas de las que les hablaba son la contradicción de la política económica que representa la señora Merkel. Ella y su gobierno han implantado como receta a los países del sur y más azotados por la recesión unos recortes que han llevado al sacrificio, la pobreza, el deterioro grave de la educación, la sanidad e incluso excluyendo a un buen número de ciudadano y abocándolos hasta en la miseria alimenticia. Sin embargo, esos recortes, el gobierno alemán no parece que lo practiquen del todo, al menos en su capital. No existe, ni mucho menos, tanto minijobs ni deterioro de los servicios sociales como en los países del arco de los ajustes duros.
Por otro lado todas esas grúas que se dibujan en el cielo del nuevo Berlín, y que ya en parte existían desde los años noventa, se concretan en muchos millones de euros de inversión. Eso debería estimular el crecimiento de la economía, aunque no parece que lo haya hecho lo suficiente, si tenemos en cuenta su PIB alemán, que anda bastante atascado en su crecimiento. Se sigue pretendiendo sanear los bancos a costa de mantener a una clase trabajadora empobrecida con mucho paro, con trabajo precario, mísero… Mientras, sigue creciendo la riqueza de unos pocos, a pesar de la coyuntura paupérrima de las clases trabajadoras. Los países del sur, especialmente, parecen que están destinados a fabricar mano de obra barata para competir con otras economías del planeta.
Volviendo a la sugestiva Berlín, sigue siendo una ciudad atractiva y con cierta magia. Les dejo amigas y amigos con unos versos del poeta germano F. SCHILLER titulado <
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