7 feb 08. Autor: Rubén Naranjo Rodríguez. Fotos: Rincones - Rubén Naranjo Rodríguez
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La demanda de plantaciones a lo largo de las carreteras isleñas, así como la denuncia de los atentados que sufre el arbolado que crece en sus orillas, será motivo de permanente reclamación a lo largo de las primeras décadas del siglo XX1. y dará lugar a la adopción de algunas medidas legales. La situación que se padecía a comienzos del pasado siglo se resume de alguna forma en los considerandos de la Real Orden del Ministerio de la Gobernación de fecha 27 de noviembre de 1902, dictada al efecto. En los mismos se señala que, según los datos estadísticos que obran en poder de la Administración, comparativos entre el año 1899 y el uno de enero de 1902, ha disminuido en muchas provincias el arbolado de las carreteras, no sólo por causas "“naturales o irremediables, sino también gran parte y con frecuencia por destrozos causados a mano airada”". Situación que daña los intereses públicos, a la vez que priva a las carreteras de un elemento tan beneficioso “"para las mismas y para el caminante”". Al respecto, escaso efecto parecen tener las medidas coercitivas y sancionadoras, como se encarga de recoger el señalado preámbulo, pues los autores de tales acciones "“acechan la ocasión de burlar la vigilancia de los empleados de Obras Públicas y la acción de la Guardia Civil”".
En cuanto al fomento del arbolado en las vías interurbanas, será un tema de habitual referencia en las páginas de la prensa, y en concreto por lo que respecta a Gran Canaria se señala que "“una de las necesidades que más se deja sentir entre nosotros es la falta de árboles en las orillas de las carreteras, especialmente en las entradas de las poblaciones”". Para dar salida a esta situación, se reclamaba la acción de plantar árboles en las carreteras insulares, de tal manera que “"las salidas de las poblaciones se embellezcan, que al atravesar las vías de comunicación haya algo que recree la vista del viajero, algo que le haga pensar en las islas en otro tiempo Afortunadas”". Se buscaba con ello añadir un interés más al visitante, que de alguna forma complementara el resto de atractivos naturales de que disponen las islas: “"De este modo fomentaremos el turismo; pues no vienen, no, los habitantes de los países civilizados a recrearse con festejos, de que ya están hastiados; vienen sí a disfrutar de un clima templado, a recorrer carreteras pobladas de árboles, bien cuidadas, a contemplar los alrededores de las poblaciones y a descansar del tedio y hastío que les producen los refinamientos de la civilización". Se solicita así la intervención de Fomento y Turismo, al considerarse que una acción de este tipo "“atraerá muchos viajeros a nuestro suelo”. De hecho esta sociedad se pronunciará al respecto, demandando de la Jefatura de Obras Públicas la debida atención al arbolado de las carreteras de la isla.
Sin embargo, la denuncia no dejará de ser constante, pues en 1917 se llega a afirmar que, en el caso de Gran Canaria, las carreteras que “"aún están plantadas de árboles a pesar de la bárbara cruzada destructora que venimos sufriendo”, son las que se hicieron hace cuarenta años, habiendo desaparecido incluso el vivero que Obras Públicas tenía dedicado a tal fin. En otras ocasiones, será el ingeniero de Obras Públicas el que tenga que denunciar ante el juzgado la devastación realizada sobre el arbolado, como sucedería en el verano de 1919 con los eucaliptos de la carretera de Teror. Pero lo cierto es que las denuncias resultan tan inútiles como reiteradas, pues la labor devastadora sigue adelante, ofreciéndose múltiples ejemplos: "“El hermoso paseo de árboles de la carretera del Norte, entre Gáldar y Guía que formaban con sus ramas una espléndida bóveda, ha desaparecido. Han desaparecido igualmente los gigantescos eucaliptos de la entrada de Arucas y ha sido destruido el largo paseo de pinos en la costa de San Andrés... ¿Qué se ha hecho para evitar estos hechos salvajes? ¿Se han castigado? ¿Se han tomado siquiera medidas para remediar el daño procediéndose a replantar los árboles perdidos?".
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Incluso desde aquellas islas más desfavorecidas en razón de sus condiciones ambientales para su desarrollo y conservación, como es el caso de Lanzarote, se demandará de la Jefatura de Obras Públicas la plantación de árboles en sus carreteras.
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Pero la queja o las demandas no son exclusivas de una isla en particular. En todas partes parece existir, de un lado, una sentida necesidad de atender a esta cuestión, convirtiéndola en “necesidad”, mientras que a su vez se censura la actitud que se sigue manteniendo hacia los árboles. Así se comentaba, al referir la oportunidad de llevar a cabo una plantación en la carretera de Santa Cruz a La Laguna, "que “cuanto se haga por despertar el amor al arbolado de las carreteras será poco, pues en general se odia al árbol y no poca parte de este odio se debe a la mala elección que en otra época hubo, de haberse plantado clases y variedades con las que se atendía, más al rápido crecimiento que a otras propiedades dignas de tener en cuenta".
Con todo, el aire del eterno “Pleito” asomará en las páginas de la prensa, al compararse las labores de repoblación efectuadas por la administración de Obras Públicas en las carreteras tinerfeñas, donde se señalaban amplias plantaciones a lo largo del invierno de 1920 y 1921, en tanto que “"en Gran Canaria ni se planta un árbol en las carreteras nuevas, ni se repara ni impide la destrucción de los árboles en las que de antiguo fueron arboladas". Porque, en definitiva, se planteaba que precisamente la falta de arbolado de las carreteras era una de las manifestaciones más evidentes “"de la incuria existente en este país"”, una muestra evidente del “"abandono, por ser lo que en nuestros viajes hacia los distintos lugares de la isla, vemos nosotros, lo mismo que los extranjeros que a nuestra isla llegan [...]". De tal forma que la reclamación de una mayor atención hacia el arbolado en las vías isleñas será una demanda constante, atendiendo tanto a cuestiones estéticas como de seguridad.
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También se da cuenta del éxito de algunas plantaciones realizadas, como ocurre con los árboles que jalonan la carretera de Santa Cruz a La Laguna, que "“en verano dan sombra que procura fresco e impide una desecación demasiado profunda, que aminore la desagregación del firme de la carretera"”, destacándose las variadas ventajas, de diverso signo, que supone este tipo de actuaciones.
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Los periódicos seguían sirviendo en la década de los treinta para insistir en la necesidad del arbolado de las carreteras insulares, como se hacía eco La prensa de la situación de los eucaliptos de algunas carreteras tinerfeñas, para los que se había planteado una poda a fin de evitar posibles peligros a los viandantes, además de como forma de corregir los inconvenientes que suponían para los terrenos limítrofes. Sin embargo, no todos coincidían en la conveniencia de estas podas, teniendo en cuenta anteriores experiencias sufridas en referencia a las talas llevadas a cabo en la carretera del Centro de Gran Canaria, expresando el temor de que de seguir adelante con esta tarea “"en toda esa vía donde existen hermosos ejemplares de árboles, esa carretera perderá buena parte de su belleza”". Pero estas acciones de particulares constituían agresiones habituales, como es el caso de la denuncia formulada por el derribo de "“árboles magníficos”" en las proximidades de Santa Brígida, precisamente junto a la carretera "“más frecuentada por el turismo, la ruta obligada de las cumbres hacia donde van cuantos turistas llegan [...]".
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Es de destacar, además, que algunas tareas desarrolladas por la Junta Administrativa de Carreteras, en cuanto al tratamiento realizado a los árboles que crecían junto a las vías insulares, hecho que por otra parte no es, ni mucho menos, exclusivo de las islas, iba en realidad en detrimento de los mismos. Así, recogiendo una información aparecida en un periódico de la ciudad grancanaria de Guía, La voz del Norte, relativa a la poda de los árboles de la carretera que une la capital con Agaete, se afirmaba que: "“Si sólo fuera una poda practicada científicamente, merecería alabanzas, porque la tal poda daría lozanía y vigor a los árboles. Pero me parece que lo que se llama poda es, lisa y llanamente, la destrucción sistemática del árbol. Tal es al menos lo que se ve hacer con los árboles en nuestras carreteras”.
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Con el advenimiento de la República, se abrían nuevas perspectivas en todos los campos. No obstante, los medios seguirán expresando su queja, pues se estima que, en el caso de las carreteras tinerfeñas, "“siguen necesitando el arbolado y apenas se pasa de la discusión a la acción"”. En este sentido, se critica la elección de especies como el eucalipto, dada su gran demanda de agua, planteándose el empleo de árboles como el pino canario, además de alternar especies de rápido crecimiento con otras de largo, de tal forma que se garantice cubrir de vegetación los márgenes de las carreteras, convertidas así en vías "sombreadas que corresponden a un país de sol y vegetación como el nuestro”. Este descontento se seguirá manifestando en forma de artículos de opinión y editoriales, pues en suma se criticaba "“el lamentable abandono del arbolado de las carreteras de la Isla", en este caso en referencia a Tenerife pero que puede ser extensivo a las del resto del archipiélago. Situación, por otra parte, que no era ajena a la que se padecía en otras partes del país, y que llevaría a la Dirección General de Montes a desarrollar un proyecto de repoblación “"de carácter artístico, para embellecimiento de las carreteras españolas, mediante la plantación de árboles [...]"”. En este sentido, se destacará que en la toma de conciencia de esa necesidad representó un destacado papel la prensa: "“La medida ha sido adoptada, según parece, respondiendo a las excitaciones de la prensa, que no ha cesado de clamar constantemente por la necesidad de cuidar y hermosear el arbolado de las carreteras, factor indispensable para el embellecimiento del país”.
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Cuando en el año 1918 Francisco González Díaz escribió su libro Teror, dedicó un capítulo a la carretera, aún en obras, entre dicha villa y la ciudad de Arucas, señalando que "será acaso la más hermosa de la isla”. Destacaba el escritor no sólo el que se pudieran unir ambas localidades del norte grancanario, sino el hecho de que los viajeros disfrutarían de unos bellos panoramas a lo largo del recorrido. Hoy, desde esta vía, como desde tantas otras de las medianías grancanarias, así como de las restantes islas del archipiélago, es posible contemplar cómo la urbanización imparable trepa hacia el interior insular, colmatándolo todo de cemento y asfalto. Y eso si es que las construcciones que se acercan al borde mismo de la carretera nos permiten ver algo más que casas y más casas. Incluso los árboles, eucaliptos, cipreses, aligustres, plátanos..., que sobreviven en sus orillas, van cayendo víctimas de los caprichos de Obras Públicas, del ayuntamiento de turno o de cualquier promotor inmobiliario.
Se elimina así, la inmensa mayoría de las veces, y con las más peregrinas justificaciones, un patrimonio natural insustituible, pues casi siempre se trata de árboles con varias decenas de años, perfectamente sanos, que alegran el cada vez más desangelado paisaje canario, además de dar sombra a los caminantes. Pues no se olvide que a falta de otros espacios, las carreteras constituyen el único “paseo” con que cuentan muchos pueblos y localidades del interior de las islas, convertidos poco a poco en zonas residenciales, y donde sobre todo personas mayores tienen que acudir para hacer un poco de ejercicio, ante la carencia total de zonas libres adecuadas y suficientes.
No existe justificación posible para seguir soportando la saña arboricida que padecemos en las carreteras canarias, perpetrada con la impunidad con la que se suele investir la “clase” política y muchos “técnicos”. En pocos minutos, las sierras mecánicas talan un patrimonio irrecuperable, que en casos como la carretera que desde La Orotava conduce a Las Cañadas, fue obra de la paciente labor, entre otras, de una persona como Francisco Dorta y Jacinto del Castillo, del que la prensa informaba en el año 1926 que había organizado una educativa jornada de plantación a lo largo de dicha vía, con los niños de las escuelas públicas. Precisamente la referencia informativa indicaba que esta cívica acción se había llevado a cabo “"sin ceremonia ninguna, sin ruido, silenciosamente [...]”.
Hoy, cada vez más lejos del trabajo silencioso en pro del bien público, algunos confunden el ruido de las sierras talando árboles, de los coches más o menos “tuneados” que se apresuran a llegar al próximo atasco, o de los fajos de billetes de sus abultados patrimonios privados, con algo que llaman “progreso”.
Artículo extraído de la excelente y muy recomendable "Rincones del Atlántico"
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