La conquista de Arucas: CAPÍTULO VI

Vicios en el desarrollo de Arucas.- Fundación de la Parroquia.- Bosquejo de nuestros primeros curas.- Sus costumbres y obligaciones.- ¿Cómo podían vivir con treinta céntimos diarios?.- Capellanía de Firgas.- Arucas y La Habana

La hoy Ciudad de Arucas pasó los primeros años de su vida entre unos cuantos guerreros que, no cabiendo en su tierra, porque ésta era pequeña y pobre para ellos, surcaron los mares, lucharon con la suerte y buscaron de buena o mala manera otros terrenos que les diesen pan que comer y un mejor porvenir que legar a sus hijos.

En tanto que en Arucas se instalaban los primeros trapiches y aumentaban las plantaciones de caña, se establecieron en Las Palmas comerciantes genoveses que adquirían los productos industriales a nuestros fabricantes, para luego venderlos por su cuenta en los principales mercados de Europa, valiéndose para el transporte, de naos y goletas que retornaban trayendo ricas talegas repletas de doblas y florines de oro, y en ocaciones, cuadros flamencos y esculturas de buenos maestros.

Tantos dineros, sin el ejercicio de prácticas piadosas, originaron costumbres viciosas. Queriendo corregirlas el Obispo don Fernando Vázquez de Arce, ,convocó un Sínodo que comenzó el jueves 7 de diciembre de 15 14 en la Catedral; cuyas sesiones interrumpió poco después, a fin de recorrer los lugares y aldeas de su Obispado, para hacerse cargo, sobre el sitio, de cuantos defectos hubiera que enmendar.

A fines de dicho año hubo de estar en Arucas, y bien pronto se dio cuenta de la inmoralidad y abandono religioso aquí existentes; y como este lugar era céntrico respecto a los ingenios de Tenoya y Firgas, le pareció conveniente crear en él una Parroquia.

En efecto, el miércoles 18 de abril de 1515 fueron publicados solemnemente los acuerdos de decretos de dicha asamblea. En virtud de uno de ellos quedó erigida en Iglesia parroquial la ermita de San Juan Bautista, con su pila bautismal correspondiente, separándola de la parroquia de Santa Ana de Las Palmas; imponiendo al cura que la regentase la obligación de celebrar todas las fiestas de precepto, una misa en la parroquia y otra en la ermita de Firgas o en la de Tenoya, alternando por orden riguroso (1).

Como los diezmos que pudiera rendir todo el vecindario serían escasos, dado que en todos estos confines no llegarían a veinte los cabezas de familia, mandó el Obispo que los diezmos continuaran ingresándose en el Obispado; y que éste pagaría al cura, de los fondos comunes y anualmente, diez mil maravedís y quince fanegas de trigo, asignando cinco mil maravedís anuales para el sostenimiento del culto.

A pesar de lo que antecede, la inauguración de la nueva parroquia tropezó con serias dificultades, pues no solamente había que dar casa al nuevo cura y adquirir los vasos sagrados, los ornamentos y utensilios imprescindibles para el culto, sino que también había que contar con una renta fija para el aceite de la lámpara del Santísimo Sacramento; Por otra parte, es muy verosímil que los conquistadores e industriales avecindados en este lugar no tendrían grandes deseos de la continua presencia de unos señores curas que les dijesen las verdades, corrigiesen defectos y amenazaran con excomuniones, si cometían desafueros...

En vista de de ello el Sr. Obispo resolvió no designar, por lo pronto, sino un capellán, acordando el Cabildo-Catedral dar para la instalación del mismo, tres mil maravedís por una sóla vez, y otros tantos el Sr. Provisor, a condición de que los vecinos ayudaran al sostenimiento del clérigo aportando el dinero que faltase; y si éstos se abstenían, ni el Provisor ni los canónigos auxiliarían con nada(2).

Fuese cura o capellán curado el que regentase nuestra Parroquia, tenía que cumplir y hacer cumplir lo dispuesto en las referidas Constituciones Sinodales y lo que quedaba vigente de las que había promulgado el Obispo don Diego de Muros, en los años 1497 y 1506.

Estaba, por lo tanto, obligado a celebrar gratis por sus feligreses, una misa cada domingo y fiestas de guardar. Tenían que “aplicar” el nombre de los que se bautizasen, con los de sus padres y padrinos; hacer el padrón de los que cumplían con la Iglesia, enterrar de caridad a los pobres, colocar en la iglesia una tabla con los nombres de los excomulgados; otra tabla con las fiestas de guardar, y otra con los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, los artículos de la fe, sacramentos y pecados capitales, los pecados reservados al Sr. Obispo, las virtudes teologales y cardinales, los cinco sentidos y los dones del Espíritu Santo. Tabla que había de leer en alta voz a los fieles en los días de precepto, desde el Domingo de Septuagésima hasta el Domingo de Ramos.

El sacerdote había de vestir sotana en la celebración de la Santa Misa y en los actos de mucha solemnidad. El traje ordinario era de zapatos bajos, medias hasta la rodilla desde donde comienzan los calzones, chaleco cerrado hasta la garganta, cuello de hilo, un chaquetón parecido a la levita, y un sombrero de alas redondas. Todo negro, menos el cuello, que siempre había de ser blanco; estándole prohibido usar cinturón dorado, medias encarnadas y borceguíes amarillos.

La barba había de cortársela por lo menos una vez al mes. El pelo no había de llegarle más abajo de las orejas, aunque hacia atrás podía alcanzar hasta los hombros (3).

Todos los ingresos del párroco, incluyendo la limosna de las misas, daban a lo sumo, un total equivalente a veinticinco duros anuales (4). ¿Cómo podía vivir un cura con apenas treinta céntimos diarios? Pues lo pasaba cómodamente. Y mejor se vivía entonces con esos céntimos que hoy (en el año 1940) con tres duros al día. Veinte años antes de fundarse la parroquia de Arucas, vino desde Sevilla a Las Palmas el arquitecto Diego Alonso de Montaude para levantar los planos de la Catedral y dirigir las obras, ganando diariamente doce cuartos, es decir, treinta y cinco céntimos por día; y observando los canónigos cuánto se afanaba por el adelanto de las obras, acordaron aumentarle dos cuartos diarios, equivalentes a seis céntimos de peseta. Y si todo un arquitecto vino de Sevilla sufriendo mil penalidades en un barco de vela por esa cantidad, prueba es de que los treinta y cinco céntimos diarios eran entonces una espléndida asignación.

Item. En la primera mitad del siglo XVI (en cuyo tiempo se fundó la Parroquia de Arucas, como queda dicho), los precios de las subsistencias en la ciudad de La Laguna de Tenerife, eran los siguientes:

Una libra de carnero 8 maravedís
Una libra de ternera, vaca o puerco 8 maravedís
Una libra de congrio 10 maravedís
Una libra de sama 7 maravedís
Una libra de pescado pequeño 8 maravedís
Un cabrito de treinta días 48 maravedís
Un cuartillo (un l.) de leche de vaca 2 maravedís
Una libra de_queso fresco 5 ó 6 maravedís
Una libra de queso duro 8 maravedís
Una docena de pájaros trigueros 6 maravedís
Un par de tórtolas 6 maravedís
un par de palomas 6 maravedís
Un cuartillo de aceite 20 maravedís
Una gallina 60 maravedís
Un huevo 1 maravedís
Un pollo 24 maravedís
Un gazapo 6 maravedís
Una perdiz (muy raras entoces) 48 maravedís
Un millar de tejas 1.000 maravedís
Un pliego de papel 1 maravedís
Un costal de carbón (una fanega) 30 maravedís
Cuatro cuartillos de leche de cabra 10 maravedís

Una fanega de trigo: 3,6, u 8 reales de a 48 maravedís el real (5). Es decir, que cuando el trigo estaba caro, la fanega costaba menos de dos pesetas (referidas a su valor en el año 1940). Y si éstos eran los precios ordinarios de las subsistencias de una población importante como La Laguna, tan llena de nobles y de hidalgos, ¿a cuánto se venderían entonces en Arucas dichos artículos, siendo una población rural tan insignificante?

Ahora bien, el maravedí que aquí circulaba entonces, no era el maravedí de Castilla, sino una moneda imaginaria inventada por los conquistadores, equivalente a medio céntimo de peseta. Así es que la libra de carnero venía a costar cuatro céntimos; un par de palomas, tres céntimos; un cuartillo de leche, un céntimo; y una libra de congrio, cinco céntimos.

A esto hemos de añadir que, bastantes días no tendrían que hacer comida para el señor cura, pues siguiendo lo manifestado por San Pablo: «El que viva para el altar, justo es que coma del altar», muchos de los feligreses que no poseían el equivalente a diez céntimos de peseta, que era el estipendio común de una misa, daban al párroco «la pitanza», es decir, el almuerzo; por lo que a éstas se les solía llamar <


(1) Constituciones Sinodales del Obispo Vázquez de Arce. Año 1515. Copia de don Agustín Millares Torres, que se custodia en El Museo Canario. Las Palmas.
(2) Actas del Cabildo-Catedral de Canarias. Sesión del día 17 de agosto, 1515. Extracto hecho por Viera y Clavijo. Copia de Millares Torres, en El Museo Canario.
(3) Constituciones Sinodales del Obispo Muros. Año 1497. Consts. 5, 8, 12, 14, 17, 20, 24 y 25. Archivo parroquial de S. Juan Bautista, de Telde.
(4) Constituciones sinodales antes citadas.
(5) Libros Capitulares de La Laguna de Tenerife. Años 1500 y 1511.
(6) Archivo parroquial de Arucas. Visita pastoral hecha por el Lclo. Aceituno, el día 22 de julio de 1565. (Primer Libro de Fábrica).
(7) Archivo parroquial de Arucas. Autos de provisión y posesión. Día 30 de marzo de 1770.

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