2 sep 16. Por Pacheco Molino.
Con frecuencia y no menos razón, criticamos el maltrato a los animales por parte de nuestros conciudadanos, muchos de los cuales empiezan con el abandono de sus mascotas para llegar a hacer lo mismo con sus mayores.
Otros, amantes también de la defensa de la naturaleza, criticamos la facilidad con que en nuestro Archipiélago y a pesar de su insularidad, permisivamente entran plagas de todo tipo y color. Unas afectan a nuestra agricultura y todas a nuestro medio ambiente.
Los controles fitosanitarios o no son suficientes, o no tienen calidad o intencionadamente filtran poco. Después, al descontrol oficial se le une el analfabetismo de no pocos, y los animalitos de compañía son sembrados por la geografía isleña, proliferando en forma de arañas, cotorras, urracas, serpientes y un etcétera que oficialmente no se nos contabiliza.
Sin embargo nos obligan a vacunar periódicamente y controlar mediante chips a nuestros perros, pero del control de la serpiente californiana, tarántulas, alacranes, escorpiones y un etcétera exagerado, nada sabemos. Tampoco nos imaginamos cómo se controlan las importaciones, las ventas y los criaderos de animalitos desde cucarachas tropicales a ratas capaces de reproducir, por pareja, 200 crías en cuatro meses.
También con no menos frecuencia vemos cómo algunos ciudadanos muy amantes de los animales de compañía, no los acogen en sus casas porque consideran más digno y natural criarlos en libertad, en la libertad de lugares públicos, es decir de todos.
Y con toda esa libertad se les pone de comer en solares, jardines y plazas públicas para que proliferen libremente. Las posibles consecuencias negativas de esas libertades en lo ajeno, no se valoran porque ni se tiene en cuenta que lo público tiene mucho de ajeno y poquito de nuestro, ni se tiene en cuenta o importa poco la espiral de proliferación que esos comederos públicos proporcionan, ni tampoco se mide que también acogen a ratas, cucas, pulgas, garrapatas etc.
Esos animalitos asilvestrados urbanos, emigran y pasan a formar parte de una fauna campestre que desplaza, y/o aniquila, a la fauna natural de nuestros campos.
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