Hoy, Primero de Octubre, estoy seguro de que en el Palacio de La Zarzuela hay un tenderete por todo lo alto conmemorando una de las, para ellos, más gloriosas páginas de la historia de España y de su digna y ejemplar monarquía. Felipe de Borbón, llamado el VI -¿porqué será que, al nombrarlo, siempre me acuerdo de aquel cómico de los 70, Joe Rigoli, y su famoso personaje televisivo “Felipito Tacatum” y su “Yo….sigo”?- rememorará el momento en que su regio antepasado, Fernando el VII, apodado “el Deseado” por los sátrapas del Antiguo Régimen y los curas armados con sus obispos , como el de Osma o el de Tarragona, a la cabeza, reinstaló por segunda vez el absolutismo y, por supuesto, la Santa Inquisición y las ejecuciones a mansalva de cualquier posible “liberal” que se le pusiera delante, todo un ejemplo a seguir en la gloriosa España que alcanza su culmen con el “Generalísimo” Franco que abre la puerta al jaranero papá del actual inquilino de La Zarzuela.
Ya el supuestamente “Deseado” se la había jugado a las Cortes de Cádiz y su “Pepa”. Cuando Napoleón lo reconoció como Rey de España y sus colonias, el Borbón en 1814 regresa a su reino. En Valencia las turbas hispanas lo reciben a los conocidos gritos de ¡Viva el rey absoluto y Vivan las Cadenas! y desenganchan a los caballos que tiraban de la carroza real para uncirse en lugar de los equinos, desde luego menos bestiales que los bípedos hispanos, mientras que un grupo de los diputados doceañistas, los conocidos como “serviles” -entre ellos el icodense de ascendencia irlandesa Santiago Key Muñoz- le entregan el llamado “Manifiesto de los Persas” rogándole su vuelta al absolutismo y derogando la Constitución de 1812. No se hizo mucho de rogar el Borbón que a los pocos días, el 4 de mayo, decreta la vuelta a las instituciones del Antiguo Régimen entre ellas la Santa Inquisición a la que tanto y con tanto éxito combatió el cura gomero Antonio José Ruiz de Padrón, diputado por Fuerteventura, Gomera, Hierro y Lanzarote, apoyado por el diputado por Gran Canaria, el también cura Pedro J. Gordillo Ramos y por el diputado por La Palma, el lagunero Fernando Llarena y Franchi y, por supuesto, con la oposición del diputado por Tenerife, el cura Santiago Key que terminó, con esta restauración, siendo nombrado ¡como nó! Inquisidor General y Canónigo de la Catedral de Canaria.
Desde luego que la semilla del liberalismo de los “afrancesados” que arraigó en el Cádiz de 1812 y en las colonias españolas –incluyendo la Junta Suprema lagunera- trató de rebrotar en algunos pronunciamientos militares como los de Espoz y Mina en 1814 o, al año siguiente, el de Juan Díaz Porlier, nieto del lagunero Antonio Porlier Sopranis, pero no será hasta 1820 en que el levantamiento en Cabezas de San Juan del coronel Rafael Riego, tras diversas alternativas y el cerco al Palacio Real que “el Deseado” Fernando, vuelva a acatar y rejurar la Constitución de 1812, iniciándose, con el regreso a España de más de 4.000 exiliados “afrancesados”, la nueva suspensión del Santo Oficio, y la excarcelación de los innumerables “negros” –como se conocía a los liberales- el llamado“Trienio Liberal” que, entre otras cosas, redacta el primer Código Penal moderno, introduce la enseñanza obligatoria, suprime las aduanas interiores y realiza la primera
desamortización de los bienes de la, entonces y hoy, poderosa y reaccionaria Iglesia Católica española. Fernando publica el 10 de marzo el “Manifiesto a la Nación Española” con aquella célebre frase, dechado de hipocresía y falsedad de “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Es de entender que “francamente” viene de “franco” pero no de Franco, aunque lo anticipe.
Como poco dura la alegría en la casa del pobre, desde el mismo día en que Fernando jura, rejura –y bajo el real manto abjura y perjura- de la Constitución, comienza con el apoyo de la decadente nobleza, de los neocaciques latifundistas y de la Iglesia Católica, a conspirar para una nueva reinstauración del absolutismo monárquico llegando incluso a establecerse -con la anuencia del monarca- la llamada “Regencia de Urgel” presidida por el marqués de Mataflorida y como vocales el barón de Eroles y el arzobispo de Tarragona que planteaban que el rey estaba en realidad “prisionero de los negros” y ellos ejercían en su nombre. En la Europa post-napoleónica el “Congreso de Viena” trataba de poner las bases para hacer imposible una nueva etapa revolucionaria como la francesa, retomar las monarquías más o menos absolutas y contener el liberalismo. Hijuela de este Congreso va a ser la “Santa Alianza” en la que que Rusia, Prusia y Austria a la que se sumará la Francia de Luis XVIII se unen para tal fin. El sátrapa hispano negocia con la Santa Alianza para recuperar el poder absoluto y el rey francés decide acudir en su apoyo con un ejército. El 28 de enero de 1823, Luis XVIII anuncia a las cámaras francesas que "cien mil franceses están dispuestos a marchar invocando al Dios de San Luis para conservar en el trono de España a un nieto de Enrique IV". Así, en abril y mandado por Luis Antonio Borbón, Duque de Angulema, sobrino del guillotinado Luis XVI y primo del “Deseado Fernando”, entró en España como Pedro por su casa, el ejército de los “Cien Mil Hijos de San Luis” encontrando escasa resistencia militar protagonizada por Espoz y Mina en Cataluña y Riego en Andalucía.
El paseo militar francés –y de los voluntarios serviles españoles- hasta Madrid hace que, llevando al rey como rehén, Gobierno y Comisión Permanente de las Cortes se retiren a Sevilla. En Madrid el duque de Montemar, el barón de Eroles, el obispo de Osma y el Fiscal del Consejo de Indias, bajo la presidencia del duque del Infantado, reunieron al Consejo de Castilla y forman una nueva regencia. El gobierno y la Comisión Permanente de las Cortes aguantan en Sevilla hasta la llegada de ejército francés, retirándose –siempre con el rey en medio- a Cádiz a mediados de junio. Cádiz fue sitiada y, de nuevo, bombardeada hasta la destrucción de su principal baluarte defensivo, el Fuerte del Trocadero. Ante la imposibilidad de la defensa, Fernando, el rey “deseado”, se ofrece a la Comisión permanente de las Cortes para pactar la rendición con los franceses, comprometiéndose solemnemente a respetar la Constitución de 1812 y sus libertades. El Borbón sale tal día como hoy y, en cuanto llega al campo francés, emite un decreto derogando todas las leyes que se promulgaron en el Trienio Liberal y restableciendo la monarquía absoluta asentada en las bayonetas francesas, en la nobleza española y en las sotanas de los curas ultramontanos. De este Primero de Octubre, Fernando el VII expresa en un manifiesto fechado en el Puerto de Santa María su pensamiento diciendo que “Mi augusto y amado primo, el duque de Angulema, al frente de un ejército valiente, vencedor en todos mis dominios, me ha sacado de la esclavitud en que gemía, restituyéndome a mis amados vasallos, fieles y constantes”
Comenzaba así la “Década Ominosa”. Rafael de Riego fue ahorcado seis días después en la madrileña Plaza de la Cebada y, para más inri, decapitado postmortem en medio de los insultos y la rechifla de los que ahora gritaban “Viva el Rey absoluto y mueran los “negros”! y solo unos meses antes aplaudían a su paso. Igual suerte corrieron cientos de liberales como “El Empecinado” o Mariana de Pineda y miles salieron huyendo hacia Inglaterra o a las excolonias españolas de América como fue el caso de nuestro compatriota, el Arcediano de la Catedral de Las Palmas, Graciliano Afonso, diputado por Canarias durante el Trienio Liberal, condenado a muerte por su apoyo a la propuesta de declarar incapaz a Fernando el VII, y que huyó a Venezuela donde intentó convencer al presidente José Tadeo Monagas para que uniera Canarias a la Gran Colombia y ayudara a liberarla del yugo español.
El Primero de Octubre debería ser conocido como “Día del Borbonato”. Es el ejemplo perfecto de una monarquía que igual juraba la constitución que asesinaba a los que la defendía, o igual juraba los Principio Fundamentales del Movimiento que procuraba por todos los medios posibles garantizar el pesebre. El recuerdo de tantas felonías inspiro las coplillas satíricas que el pueblo puso a la música del Himno de Riego, himno oficial español en el Trienio Liberal, como las archiconocidas que sobrevivieron al franquismo:
Si los curas y frailes supieran,
la paliza que les vamos a dar,
subirían al coro cantando:
¡Libertad, libertad, libertad!
Si los Reyes de España supieran
lo poco que van a durar,
a la calle saldrían gritando:
¡Libertad, libertad, libertad!
O la aún más dura y feroz, cantada y recordada en Cataluña, nacida a la sombra procaz y encenagada de Isabel II
La Reina vol corona?
Corona li darem...
que vingui a Barcelona
I el coll li tallarem!
Gomera a uno de octubre de 2015
Francisco Javier González.
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