La fábrica de miel


26 abr 14. Por Fran JCD. En una ciudad había una fábrica de miel, todo el mundo tomaba miel a todas horas. Gracias a la miel, la gente era alegre y vivaz. Participaban activamente en los barrios y protestaban unidos contra cualquier injusticia social que ocurría en su barrio y los vecinos de otros barrios se preocupaban por sus convecinos. La gente se saludaba por las calles, las puertas de las casas estaban medio abiertas con pestillos. La gente era feliz.

Entonces un día, el propietario de la fábrica murió, pues nadie se preocupaba por cómo funcionaba esa fábrica.

Esa fábrica funcionaba gracias a Pepe. Era un señor risueño, viejo, pero sabio. Sabía cuidar a las abejas y esas abejas le daban su miel, que el vendía y con ese dinero, compraba flores preciosas que cultivaba en un inmenso jardín por toda su finca.

Este hombre dedicó su vida a su sueño, que era hacer felices a las abejas y que las abejas hicieran felices a los demás a través de su miel.

Entonces, un hombre compró la fábrica de miel, al morir Pepe.

Musanto se llamaba, era un hombre oscuro, encorvado y de manos huesudas. Las abejas le tenían miedo por su tez siniestra y dejaron de poner miel.

Entonces Musanto, para que las abejas siguieran poniendo miel, envenenó las colmenas con una toxina que las volvía dóciles y estas volvieron a poner miel, pero era una miel tóxica y la gente que la tomaba enfermaba extrañamente.

El comportamiento de la gente, seguía siendo feliz, pero también violento y loco. Empezaron a haber problemas en la ciudad, la gente se peleaba unos con otros sin ningún motivo, las familias se rompían, los amigos dejaban su amistad sin motivo. Pero seguían tomando el infernal brebaje pues tenía un efecto sedante al principio, que enganchaba como una droga.

Musanto le puso cadenas a las abejas, tóxicos mas potentes, ya no eran felices las abejas y las más débiles morían a causa de dichos tóxicos, cada vez había menos abejas, pero la producción tenía que crecer, crecía la demanda y Musanto empezó a azotar a las abejas para que trabajaran más y más.

Creó guetos entre las abejas, dando a abejas muy sumisas, algo de libertad. Entre las abejas sumisas, algunas ayudaban a su amo a esclavizar a sus hermanas abejas. La producción aumentó, su toxicidad también.

Eso afectó a la gente de la ciudad, que ya necesitaban ese néctar como una droga. Robaban para tenerla, vivían para una copa más de esa miel.

Pero un día, llegó un señor con un nuevo líquido diferente pero insípido. Era agua de Tiror. No era muy buena, pero no tenía efectos adversos. La gente empezó a darse cuenta que la miel ya no les hacía feliz y cada vez más gente, la cambiaba por agua de Tiror.

Muchas personas enfadadas por la toxicidad de la miel del señor Musanto, se reunieron delante del ayuntamiento hasta que el alcalde, por la inmensa protesta social, no tuvo más remedio que ir con una comitiva de guardias y ciudadanos indignados a ver qué pasaba en la fábrica y lo que allí presenciaron les puso el alma en vilo, era desolador.

Abejas comiéndose a otras abejas, esclavitud, pozos donde enterraban a las abejas disidentes.


Un ciudadano preguntó a una abeja cómo había podido llegar a pasar esto entre las abejas. La pobre abeja esclava, atada a una flor le dijo: "Aquí solo sabíamos trabajar, nadie sabía protestar, nadie sabía quejarse porque éramos felices y cuando terminamos siendo esclavas, ya todas teníamos tanto miedo y había tanta violencia, que era mejor callar y sobrevivir que alzarse y morir, porque solo tienen que mirar en aquellos tres pozos, allí se tiraban sin alas a las abejas rebeldes".

Entonces la abeja les miró a ellos y les pregunto: "¿y ustedes por qué no hicieron nada?"

Todos quedaron callados y horrorizados ante la culpa que les atenazaba el corazón. Las abejas los hacían felices mediante su néctar especial, pero nunca se preocuparon de los vecinos que más felices los hacían y más contribuían a la paz de todos en la ciudad. Las abejas.

Entonces expulsaron para siempre a Musanto y la fábrica de miel pasó a ser propiedad de toda la ciudad. Ya las abejas jamás estarían solas, vivían junto a todos los vecinos de la ciudad, que plantaban flores maravillosas, flores para ellas y así las abejas vivieron felices fabricando su miel.

El suceso se inscribió en una gran piedra para recordar siempre el genocidio de las abejas, para nunca olvidar lo que pasó, para que no se vuelva a repetir.

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