8 oct 12. Escribiendo no se oyen los sonidos pero podemos describirlos. El título, tal cual, era la letra de un “pie de romance” cantado sobre el bronco y ancestral sonido de tambores y chácaras que entonaron nuestros “magos” gomeros para recibir al, en aquel entonces, Caudillo de España a su llegada a San Sebastián. En La laguna, donde yo disfrutaba mis 10 años de vida aquel 1950 de la visita del dictador, no habían chácaras ni tambores pero si isas y folías en la Plaza del Cristo y hasta danza de cintas como si fuera un día de San Benito pero sin ganado.
En la calle de la Carrera se alzaban dos arcos triunfales aunque el levantado frente a la Casa Sindical fue parcialmente desmontado el día antes por una falsa alarma. Los tejados laguneros cambiaron el verde de sus verodes por el de los tiradores de la Guardia Civil, mientras que desde días antes se comprobaban todas las casas del recorrido y se hacían “retenciones” preventivas que se conocían por la rumorología apagada de las calles. Muchos laguneros salieron a las calles, unos por gusto y otros por disgusto y obligación, mientras otros muchos, como mi padre, ni siquiera salieron para trabajar. Los niños fuimos todos en formación, banderitas de papel en ristre y maestros/as de las escuelas, monjas dominicas y hermanos del Nava-La Salle al frente, hasta las entradas a la Universidad –llamada entonces “nueva” y aún sin utilizarse- y del Colegio Mayor San Fernando sin encalar y sin carpintería, cuyos misteriosos pasillos y vacíos habitáculos de desnudos bloques eran un magnífico campo de juego del piberío lagunero. Fue un verdadero día de fiesta, sin clases y pegando gritos todo el mundo de ¡Franco, Franco! brazo en alto o agitando pañuelos.
Tardamos años en enterarnos del miedo que había tras toda esa algarabía y de que aquella “Ley de Jesucristo” que cantaban los tamboreros gomeros era, en realidad, la Ley del Miedo. Poco a poco nos fuimos enterando que todos aquellos individuos de gris con porras, pistolas al cinto y gorras de plato estaban para algo más que vigilar las colas del cine o los partidos del Hespérides con el Tenerife y porqué los pueblitos aislados de la geografía insular aparecían vacíos cuando llegaba la pareja encapada y tricorneada de la Guardia Civil, máuser colgando del hombro. Nos fuimos enterando por apagadas conversas de conciliábulos que al alcalde lagunero, como a todos los del estado, los nombraba el Gobernador Civil –el Virrey colonial en Canarias- y a los concejales se les “elegía democráticamente” con voto obligatorio en tres tercios, el familiar –donde no podían votar sino los cabezas de familia y que para ser candidato tenían que avalarte dos Procuradores en las Cortes españolas o cuatro concejales o, último remedio, el 20% de los cabezas de familia inscritos- el sindical y el coto cerrado de las instituciones civiles, académicas, eclesiásticas o de falange española nombrados a dedo por el Virrey-Gobernador, todos ellos con previo certificado de “Buena Conducta Moral y Patriótica” que expedía la Guardia Civil. Las protestas no llegaban más allá del círculo familiar o personal, y muchas veces ni eso y las huelgas de trabajadores un mito de la “radio pirenaica”. Las iglesias no permitían la entrada a las mujeres que no vistieran con el debido “decoro” y en la puerta se exhibía el índice de películas prohibidas por inmorales y la misa dominical obligatoria para niños y maestros. Años de plomo y miserias en que el miedo se imponía en todo y a todos.
Poco a poco los Salones de Fyffes y los campos de concentración para rojos se iban vaciando de su sufrida población de presos, se fueron acabando los “paseos” nocturnos sin retorno; las “Brigadas del Amanecer” se fueron disolviendo; los barcos prisión italianos frente a Jagua y los apotalamientos encadenados de sus forzados moradores remitieron y el manto de silencio fue, lentamente, rasgándose. Mientras a lo largo de los años 50 miles de canarios huían a Venezuela en barquichuelos de madera ocurrían los primeros conatos de huelga popular y enfrentamiento con las FOP por la subida de media peseta en el trayecto Sta. Cruz/Laguna de las guaguas de la “Exclusiva” de los caciques cuasi omnipotentes de los Oramas García-Llanos y su pariente político, el general Ramón Hernández Francés al que la vox populi relacionaba con la muerte “accidental” del general Amado Balmes en Las Palmas el 16 de julio para permitir que “Miss Islas Canarias 1936” -como los militares facciosos llamaban a Franco- cogiera el célebre vuelo del Dragón Rapide que lo llevaba a ponerse al frente del sublevado Ejército de África. Incluso la todopoderosa Iglesia Católica tenía su contestación –si bien reducida y más bien pintoresca- por la “Iglesia Cubana”, que era cualquier cosa menos Iglesia, más desarrollada y activa en Gran Canaria pero que en Tenerife, sobre todo en Aguere, tenía sus elementos activos como Nano Lang-Lenton o Matías “el Obispo”. La conciencia popular comenzaba a sacudirse el miedo y a despertar.
El verdadero aldabonazo a esa conciencia fue el asesinato por el régimen español en Las Palmas a garrote vil de Juan García Suárez, “El Corredera” el 19 de octubre de 1959. En reacción al asesinato se gesta un movimiento ciudadano que unifica de alguna forma la reivindicación nacional con la social y se articula –sobre todo en Gran Canaria- alrededor de la consigna de “Canarias Libre” integrando incluso a gran parte del difuminado PCE. Confeccionadas por las manos de Dª Mª del Carmen Sarmiento y sus hijos Arturo y Jesús Cantero aparece en las Fiestas del Pino de 1961 en Teror la primera bandera tricolor con las siglas de “C.L.”, embrión de la nacional a la que el MPAIAC tres años más tarde dotaría de las 7 estrellas verdes. En un memorable partido de fútbol en 1962 entre la UD y el Córdoba, palmariamente robado a los amarillos, sale a la luz la godofobia reprimida en una población machacada y la algarada callejera llega en forma de pedrada hasta el coche del Gobernador-Virrey Avendaño Porrúa. La contestación antifranquista en Canarias, con marcado carácter nacional y de izquierda, va tomando forma real, a pesar del varapalo que supuso los Consejos de Guerra sumarísimos que se incoaron a raíz de los sucesos del Estadio Insular en que Fdo. Sagaseta, Arturo Cantero, Armando León, y Andrés Alvarado entre otros integrantes de “C.L.” van a parar a prisión.
A nivel de todo el Estado Español ese año de 1962 fue clave para sacudirse la modorra posfranquista. La huelga de la minería -cuya gestación vi crecer el verano anterior en mi experiencia minera en Asturias y León- demostró que el fascismo era derrotable por la movilización popular. En Canarias fueron los militantes de “CL” y del PCE fundamentalmente los que llevaron el peso de esa lucha obrera, destacando los despachos laboralistas de Fernando Sagaseta y Carlos Suárez en Gran Canaria y de Antonio Cubillo en Tenerife exiliándose este último primero a Francia y luego a Argelia donde funda el MPAIAC en 1964.
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