Desde el Guiniguada
8 may 12. Félix M. Arencibia
Ahora la primavera luce su más radiante traje azul mostrando su carácter voluble, mientras, la actualidad sigue enredada en negros nubarrones. En los años ochenta del siglo pasado las sociedades de los países comunistas europeos tuvieron que ir cediendo al empuje agresivo del capitalismo que se fue coloreando poco a poco de nuevo liberalismo. Con la caída del muro de Berlín se borró la cara amable capitalista para irse imponiendo en Europa el auténtico rostro ceñudo y frío que ha se han plasmado en este presente de un inhumano neoliberalismo.
Antes de los ochenta Europa Occidental había vivido, pasado un tiempo de la feroz y sanguinaria Segunda Guerra Mundial, una Guerra Fría adobada con un período de cierto bienestar y humanismo social, económico y político. El viejo continente se le propuso como un escaparate de la sociedad capitalista, no fuera que terminara abrazando los postulados comunistas de la Revolución Rusa. Las políticas de los partidos socialdemócratas que habían partido de las tesis de Bernstein y de ideas del keynesianismo se hicieron presentes con propuestas como las de una fiscalidad justa y distributiva en que la que pagaran más los que más tuvieran. Se pretendía con ello se satisficieran las necesidades básicas en sanidad, salud, educación y otros servicios sociales. Ello iba unido a ciertas libertades y a una democracia formal bipartidista, por supuesto bien atada por el poderoso don dinero público o privado.
El estado adquirió más relevancia y se pretendió equilibrar lo público con lo privado, siempre con ambos sectores coexistiendo. En resumen la socialdemocracia tenía como lemas la justicia social, los derechos humanos, sociales y civiles. Ello no llegó a aproximarse mucho a la realidad ya que la sociedad igualitaria que se pretendía fue engullida por un capitalismo feroz que generó monopolios y concentración de riquezas y desigualdad creciente. De líderes como Olof Palme y Mendès France se pasó a los Schröeder, Tony Blair, Zapatero… Entretanto con los partidos socialdemócratas se intercalaban en el poder con otros algo más conservadores.
Esto era lo que sucedía en la Europa, mientras en el resto del planeta, en lo que se ha dado llamar el Tercer Mundo, se desarrollaba una guerra nada fría entre las fuerzas que representaban al Comunismo y al Capitalismo. Las dictaduras de uno u otro signo se sucedían, y en todo caso el capitalismo tenía un carácter totalmente colonialista. Propiciaba el expolio de las materias primas de dichos países a los que se condenaba a la miseria.
Volviendo a la caída del muro, desaparecido el miedo al fantasma comunista, todo fue volviendo a la normalidad de los deseos y realidades más íntimos del sistema. Los servicios públicos fueron cediendo a la privatización o a la concertación, que pretende hacer negocio con el dinero público. Los derechos de los trabajadores se han ido deteriorando a pasos agigantados en provecho de los contratantes. Los acaudalados han ido disminuyendo hasta casi el mínimo su aporte a las arcas públicas, ya sea utilizando artimañas de ingeniería financiera en connivencia con los gobernantes de turno o favorecidos por estos últimos con leyes que les eximían de pagar ciertos impuestos, caso de la RIC en Canarias, que por cierto, no se sabe que se está haciendo con ella en momentos de tantos recortes. En última instancia tienen los archiconocidos paraísos fiscales donde poner a resguardos sus sustanciosos dividendos.
A todo esto hay que añadir la especulación financiera en los famosos mercados donde campan a sus anchas los grandes capitales de las trasnacionales, sobre todo las bancarias, y de los pequeños ahorros de ciudadanos corrientes a veces arrebatados por los manejadores de las magnas finanzas. Las entidades bancarias están jugando un papel protagonista en esta pretendida crisis, que es más un expolio a los trabajadores y a lo que queda de lo que llaman estado del bienestar, que ni estado de justicia social se le podría llamar. A los bancos se les socorre con dinero público, del estado, del BCE, FMI para continuar especulando con la deuda que van generando en las arcas del país y multiplicando por parte de los gobernantes a su servicio los recortes entre los más desfavorecidos.
Creo que unas palabras de Karl Marx que he leído por ahí le vendrían bien ante tanto descaro e injusticia: "...las reformas y las conquistas sociales no pueden lograrse nunca mediante la debilidad del fuerte, sino que deben obtenerse y se obtienen siempre gracias a la fuerza del débil". Les dejo con el aires fresco de estos versos: “…¡No quiero dormir, / Espero me inunde la noche, / Me filtre, traspase mi piel!
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