29 jun 11. El día 27 de Agosto de 1896 la habitual paz de la ciudad de Arucas se vio turbada por un acontecimiento pintoresco y desacostumbrado.
En la luminosa mañana del domingo, un monumental globo de doce metros de largo se hallaba desinflado en la Plaza de León y Castillo extendido sobre las losetas, en espera de levantar el vuelo en cuanto su arriesgado tripulante, don Jaime Companys, así lo dispusiera.
La gente se fue congregando por los alrededores en medio de la creciente expectación, frente a la entrada del jardín de la casa de Gourié, observando el hogar de ladrillo que al efecto se había construido, al tiempo que se preparaba el trapecio de donde colgaría don Jaime en su difícil aventura.
El globo tenía forma de pera y su tela era de color más bien oscuro; se encendió el horno con el combustible apropiado, llenándose su interior con los cálidos vapores que le iban dando forma lentamente, al tiempo que con una cuerda se le ponía en la posición correcta. Una vez inflado, se soltaron los amarres colocándose el señor Companys en el balanceante trapecio mientras el globo se elevaba majestuoso ganando altura por momentos.
El aire soplaba en la dirección Noroeste Sudeste por lo que el artefacto se fue desplazando en esta dirección, con riesgo evidente para su tripulante que a medida que se elevaba veía peligrosamente cerca el muro de la azotea de la casa de don Pedro Quevedo sita en la esquina de la plaza y calle de León y Castillo. Una vez rebasado este obstáculo siguió su camino por encima de las casas de dicha calle para volar, más tarde, sobre Granjería y La Vega.
Los habitantes de Arucas seguían las incidencias de todo cuanto sus ojos veían, con la ansiedad pintada en sus atónitas pupilas, conteniendo la respiración como si sus comentarios pudieran hacer caer al trapecista que imperturbable y sin gobierno alguno sobre el globo, se dejaba arrastrar por el viento.
Las condiciones climatológicas eran excelentes, por lo que la velocidad del globo era moderada ya que el problema que ahora se planteaba, era la forma en que don Jaime abandonaría el aeróstato.
La incógnita se despejó por las cercanías de un lugar denominado la Zanja donde don Jaime estimó oportuno saltar del trapecio como si de un paracaidista se tratara, llegando a tierra por una soga que, muy previsoramente, llevaba a bordo. Mientras tanto, el globo aligerado de peso fue perdiendo fuerza el tiempo que los gases que llevaba en su interior se enfriaban, aterrizando suavemente en un cercado de tuneras en Santidad.
El espectáculo había tenido su trascendencia, pues aparte de las aves, ninguna otra cosa había surcado el cielo de Arucas hasta el momento, casi histórico, para la bella ciudad norteña, que durante muchas semanas comentó con todo lujo de detalles el magno acontecimiento. Nuestros informes no nos dicen lo que sucedió con el navegante, pero es fácil suponer que su valor y arrojo fueron el tema de conversación predominante en las semanas que sucedieron a la aventura.
La gente se fue congregando por los alrededores en medio de la creciente expectación, frente a la entrada del jardín de la casa de Gourié, observando el hogar de ladrillo que al efecto se había construido, al tiempo que se preparaba el trapecio de donde colgaría don Jaime en su difícil aventura.
El globo tenía forma de pera y su tela era de color más bien oscuro; se encendió el horno con el combustible apropiado, llenándose su interior con los cálidos vapores que le iban dando forma lentamente, al tiempo que con una cuerda se le ponía en la posición correcta. Una vez inflado, se soltaron los amarres colocándose el señor Companys en el balanceante trapecio mientras el globo se elevaba majestuoso ganando altura por momentos.
El aire soplaba en la dirección Noroeste Sudeste por lo que el artefacto se fue desplazando en esta dirección, con riesgo evidente para su tripulante que a medida que se elevaba veía peligrosamente cerca el muro de la azotea de la casa de don Pedro Quevedo sita en la esquina de la plaza y calle de León y Castillo. Una vez rebasado este obstáculo siguió su camino por encima de las casas de dicha calle para volar, más tarde, sobre Granjería y La Vega.
Los habitantes de Arucas seguían las incidencias de todo cuanto sus ojos veían, con la ansiedad pintada en sus atónitas pupilas, conteniendo la respi-ración como si sus comentarios pudieran hacer caer al trapecista que imperturbable y sin gobierno alguno sobre el globo, se dejaba arrastrar por el viento.
Las condiciones climatológicas eran excelentes, por lo que la velocidad del globo era moderada ya que el problema que ahora se planteaba, era la forma en que don Jaime abandonaría el aeróstato.
La incógnita se despejó por las cercanías de un lugar denominado la Zanja donde don Jaime estimó oportuno saltar del trapecio como si de un paracaidista se tratara, llegando a tierra por una soga que, muy previsoramente, llevaba a bordo. Mientras tanto, el globo aligerado de peso fue perdiendo fuerza al tiempo que los gases que llevaba en su interior se enfriaban, aterrizando suavemente en un cercado de tuneras en Santidad.
El espectáculo había tenido su trascendencia, pues aparte de las aves, ninguna otra cosa había surcado el cielo de Arucas hasta el momento, casi histórico, para la bella ciudad norteña, que durante muchas semanas comentó con todo lujo de detalles el magno acontecimiento. Nuestros informes no nos dicen lo que sucedió con el navegante, pero es fácil suponer que su valor y arrojo fueron el tema de conversación predominante en las semanas que sucedieron a la aventura.
VISTO EN: http://aavvtenoya.blogspot.com/
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