Tengo apellidos comunes. ¿Y qué?

2 jun 11. Marisa Santana R.
La renuncia a utilizar los apellidos más habituales en España, parece haberse convertido en plaga con riesgo de contagio en todos los ámbitos de la vida. Reivindico el uso de estos apellidos sin complejos ni sonrojos. Tenemos los apellidos de nuestros padres y estos de los suyos y eso, de por sí, ya es motivo de orgullo. Nuestros apellidos nos indican nuestras raíces y orígenes.

Esta moda de utilizar el apellido menos común o cambiarlo directamente, era prácticamente la norma en personas del mundo de la farándula por aquello de que había que venderse, como una marca, pero ahora se ha extendido al mundo de la política y vemos que si antes teníamos apellidos como Suárez, González….estamos ahora en una fase en la que se reniega de los corrientes, como Rodríguez o Pérez y se utilizan otros como………………………., porque son “diferentes”.

Ya que en España, tenemos la gran suerte de poder llevar los de ambos progenitores, démosles un merecido homenaje y declarémonos defensores del apellido común.

Que unos tienen más “alcurnia” que otros, no es más que producto de épocas anteriores y posturas clasistas. Soy Santana y soy Rodríguez, nada menos que dos de los más comunes. ¿Y qué? ¿Tengo por ello que flagelarme, renegar de los míos y cambiarlos por otros más rimbombantes o más comerciales para hacerme un hueco en el mundo?

¿Cuándo aprenderemos que son nuestras acciones y nuestro modo de comportarnos en la vida lo que determina nuestra valía o no y no si nuestro apellido tiene “abolengo”?

En un arranque de curiosidad, me he remitido al instituto nacional de estadística para conocer cuántos españoles/as tenemos el gran honor de apellidarnos igual. Ya sea como primer apellido, como segundo o los dos iguales, los que se llevan la palma a nivel nacional son los García, Rodríguez, González y Pérez. Si nos ceñimos a nuestra provincia, son los Rodríguez, Santana, González, Pérez y García, los que encabezan el ranking, por ese orden.

El objetivo de este artículo no es más que arrancar alguna sonrisa con un tema que puede sonar intranscendente pero que no viene mal para recordarnos que somos lo que somos y no lo que quieren que seamos.