Misterios de nuestra infancia

7 may 11. Luis Pérez Aguado
Con el tiempo nos vinimos a enterar de que el chupasangre, el hombre del saco, el coco y un sin fin de personajes siniestros, habían sido inventados por nuestros padres para que no nos alejáramos de la casa.

Desde muy pequeños nos inculcaban la idea de que cuando no nos comportábamos como los adultos querían, estos seres perversos nos iban a raptar y llevarnos con ellos a la fuerza. O en la oscuridad de la noche se presentarían los fantasmas que nos venían a comer.

Así de guasones y simpáticos eran nuestros mayores, que tenían una curiosa manera de meternos en la cabeza sus enseñanzas, razones y temores para evitarnos el peligro. El último grito en lo que a pedagogía avanzada se refiere.

Poco debía importarles nuestros terribles sufrimientos cuando, por la noche, al irte a la cama, se apagaba la luz y te daban ganas de pasar a urgencias. La vejiga urinaria podía estar a punto de estallar, pero allí ¡no se movía ni San Pedro! ¿A ver quién era el guapo que se atrevía con aquel trío de desalmados que, sabías, te esperaban, en cualquier recodo del pasillo en tu peregrinaje hacia el baño? Si tenías la desdicha de conseguir dormir, al día siguiente te despertabas con el pecho oprimido y el corazón acelerado, razones más que evidentes de que habías tenido sueños extraños y perturbadores.

Pero no quedaba ahí la cosa, no crean, porque repertorio tenían para rato los muy graciosos.

Si caía un fósforo en tus manos y lo encendías, aquella noche ya no dormías, porque te habían dicho que si jugabas con fuego te meabas en la cama. Y uno se lo creía, tú. De esa forma nunca teníamos la tentación de prender fuego a la escuela. A eso se le llama jugar con ventaja. Y mira que se empleaban a fondo. No sé si sería para evitar los peligros que acechaban al estar con el otro sexo que surgió que los niños con las niñas olían a mierda gallina. De esa forma, nos tuvieron unos cuantos años en la inopia, privados del aroma celestial que emanaba de aquellas criaturas de Dios.

Pero no creas que se conformaban con eso, no. Se ve que les gustó esto de estar dándole a la imaginación y siguieron inventando que los niños y las niñas venían de París en el pico de una cigüeña o durmiendo cómodamente en el asiento de un avión; por eso, cuando allá en lo alto, entre las nubes, veíamos pasar un avión, nos protegíamos los ojos con las manos para mirar hacia arriba y las niñas gritaban: ¡Tráenos un niño! ¡Mándame una hermanita! Como si de muñecos para jugar se tratara. Luego apareció el buenazo del ratoncito Pérez que te dejaba alguna monedilla cuando se te caía un diente, si no te lo rompías antes, o los maravillosos Reyes Magos, que venían cargados de regalos para algunos niños o de ropa y cosas para la escuela para los más pobrecitos y carbón para los malos.

Conocí a unos buenísimos hermanitos, dos niños y una niña, a los que nunca les traían juguetes ni apenas ropa. Y aunque tampoco le ponían carbón, estábamos convencidos que algo muy malo tenían que haber hecho. Ellos también estaban convencidos de lo mismo, pero nunca consiguieron averiguar qué era aquello tan perverso que hacía que los magos de Oriente nunca los quisieran. Así crecieron con aquel sentimiento de culpa.

Los hijos de los más humildes -como los tres hermanitos- casi siempre son olvidados -incluso por los Reyes Magos- ni tienen defensores durante sus existencias. ¡Perrerías de la vida!

Pero aún podías llegar al límite cuando te amenazaban con que ibas derechito y de cabeza al infierno por haberle visto las bragas a una niña, aunque había sido sin querer. Si era queriendo -que solía ser nuestro caso- ¡Agárrate! Entonces sí que estabas perdido. Te estabas moviendo en el risco que separa la vida de la muerte.

Así hemos estado haciendo el primo hasta que la ciencia, la medicina o el amigo malintencionado nos vino a decir Diego donde antes habían dicho digo.

Después de conocer esa tendencia compulsiva de los mayores a no llamar las cosas por su nombre me llegué a preguntar si eso del infierno no sería otro invento de nuestros progenitores para que nos portásemos bien. Como hace poco la Iglesia nos sacó del limbo y nos dijo que tampoco existe…pues, uno, ya empieza a desconfiar de todo ¿Qué quieren que les diga?











Del libro Tararí que te vi

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