15 jun 11. Luis Pérez Aguado
Además de ser fiesta principal en muchos municipios y barrios de las islas, la festividad de San Juan, con la noche mágica de su víspera, sus hogueras, los augurios y sortilegios y las piñas asadas, es de las celebraciones con más embrujo y arraigo popular.
En torno a esta festividad se han ido congregando prácticas y ritos que las culturas orientales –egipcias, asirias-caldeas- transmitieron a los pueblos mediterráneos. De sus fiestas paganas hemos heredado algunas costumbres tan significativas como las hogueras de la noche de San Juan, el rito de mirarnos en el agua del estanque, la recolección de las hierbas curativas…
La mayor parte de los rituales mágicos se asocian con el solsticio de verano, entre el 21 y 22 de junio, que es cuando el Sol se halla alcanzando su máxima distancia con respecto al ecuador de la Tierra.
La noche de San Juan, la noche más mágica del año, se celebra con grandes hogueras sobre las que saltan, entre gritos, los varones, mientras las chicas, cogidas de las manos, bailan y cantan alrededor del fuego. En tiempos de Domingo J. Navarro se “hacían en las calles y plazas con tanta profusión que la claridad y el humo parecían un incendio”. Pero la antigua intención litúrgica y purificadora ha desaparecido hoy, igual que otras, son prácticas que aún sobreviven, aunque cada vez más débilmente.
En las vísperas de San Juan, y en especial, en las horas de la madrugada antes de la salida del sol, existe la costumbre de recolectar hierbas curativas, que en nuestras islas, por su carácter volcánico y la elevada exposición al sol, hacen que contengan una mayor capacidad energética para curar un cólico, una inflamación, una bronquitis…
También, la noche de San Juan es propicia para llevar a cabo rituales de curación. Desde el alba, los familiares cargaban con los enfermos bien arropados y los dejaban bajo algún árbol. Se recogía el agua del rocío y se les daba a beber hasta que despuntaba el sol. A los niños se les curaba la hernia con la ceremonia de “pasarlos por el mimbre”.
Hay agüeros amorosos para las embrujadoras noches sanjuaneras con las que las mozas enfermas de soltería intentan remediar su mal o para las jovencitas que llenando un recipiente con agua hacen flotar papelillos doblados con el nombre de los chicos de su gusto, en espera de que al día siguiente alguno abierto le confirme con cuál habrá de casarse. Otras, cogiendo tres papas, una pelada, otra sin pelar y la tercera a medio pelar, pronostican su futuro. Al despertar, en la mañana de San Juan, deberán coger, sin mirar, una de las papas. Si es la pelada el marido será pobre, sin pelar será rico, y si la a medio pelar le tocará un hombre de media fortuna.
Además de la fortuna, el amor y el futuro, hay ritos para pronosticar la meteorología, con los que los agricultores, colocando doce montoncitos de sal, pretenden averiguar cuáles serán los meses de buena cosecha. Otros son los baños de mar, que no solamente los tomaban las personas, ya que hasta mediados del siglo pasado muchos cabreros llevaban sus rebaños al mar con finalidades médico-preventivas. Agua con pétalos de rosas, expuesto al sereno durante la noche de la víspera de San Juan, es lo mejor para embellecer.
La resistencia del pueblo a desprenderse de arraigadas supersticiones, ha hecho posible este fenómeno de milenaria supervivencia que, en Canarias sigue teniendo, especialmente en las zonas rurales, unas características muy especiales.
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