La radio, nuestra vieja amiga

21 mar 11. Luis Pérez Aguado
La radio en nuestra infancia lo era todo. Llegabas de la escuela y encontrabas la casa inundada de radio. Canciones de Luis Mariano, Antonio Machín, zarzuelas, peticiones del oyente: Para Manolo, que está en la mili, de quien él ya sabe. Toda la casa estaba llena de Doménico Modugno, de los Platters, de Concha Piqué, de Matilde, Perico y Periquín, del Mago Pantopín, de Pancho y Pepa, de Pepe Iglesias El Zorro con su yo soy el Zorro, Zorro, Zorrito, para mayores y pequeñitos. Un montón de gente y un montón de voces familiares y amigas, con sus ingenuos anuncios.: Okal, Okal, Okal, es lenitivo del dolor, que nunca supe lo que era eso de lenitivo, y mira que me tenía mosca, y aquel negrito que venia del África tropical que cultivando cantaba la canción del Cola- Cao. Misterios de la radio en nuestra infancia.

Uno de aquellos seriales que marcó mi vida infantil fue el escalofriante Terror en las ondas. Como cabecera del programa se oía el chirrido de una puerta abriéndose lentamente, un breve y misterioso silencio y, a continuación, un espantoso grito. Estando mi madre, como suelen estar las madres a esas horas de la noche, alrededor de sus quehaceres culinarios y cargada de platos que llevaba de la cocina al comedor, a mí no se me ocurrió otra cosa que subir a tope el volumen del aparato de radio en el momento del espeluznante grito.

-¡Agggg! -se oyó en la radio
-¡Aggggggggggggg! -gritó largamente mi madre.
-¡Crac!, ¡Crac!,¡Cric! -hicieron los platos.
-¡Ay! Madre -añadí yo.
-¡Uy, Uy! -dijeron mis hermanos.
-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! -siguió gimiendo mi madre con la respiración entrecortada.

Pensarán ustedes que mi madre, una vez recuperada del susto, reaccionó con violencia. Pues, miren por donde, que sí. Llevada de su inusitado instinto maternal, me colocó sus blancas y delicadas manos en mis bien pulidos cachetes que todavía me quedan secuelas. ¿Entienden por qué unas líneas más arriba les indiqué que este serial me había marcado? Pero se ve que mi madre conocía aquella chorrada que dijo un rey o no se quién en la época de Maricastaña: Manos blancas no ofenden, señora. Y mi madre para asegurarse de que escarneciera me encerró en el retrete. ¡Con lo que había costado la vajilla, que era de la abuela!

A oscuras, ya que el interruptor de la luz estaba por fuera, permanecí hasta que a mis hermanos, aliados y compadecidos, les entró unos apresuramientos de estómago de la máxima urgencia y necesitaron acudir a la estancia donde yo me encontraba. Mi madre, que de boba tenía muy poco, les gritó, olvidando su finura:

-¡A mear a la calle!

Pero mis generosos hermanos fingieron un tremendo dolor de barriga supuestamente provocado por el susto de la terrorífica noche. Tal fue la comedia que montaron que consiguieron que unos gases olorosos se confabularan con ellos y consiguieran ablandar el alma de mi madre.

La radio, nuestra vieja amiga de la infancia nunca morirá. A mí me dejó un recuerdo. Y es que la radio es mágica. Porque la magia siempre permanece.


Del libro TARARÍ QUE TE VI

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