11 abr 11. Luis Pérez Aguado
Hay distintas formas de sentir y estar en la política. También de entender los compromisos éticos y morales de un cargo público.
Hoy el pueblo está revuelto. Se ha enfadado mucho después de conocer que los europarlamentarios no quieren congelar sus abultados sueldos. El pueblo está irritado porque, ahora descubre, que los mismos que ofrecen sus cansinos y repetitivos discursos solidarios, son los que favorecen que los “otros” mortales -de los que ellos no forman parte, ¡estaría bueno!- se asfixien apretándose, un día sí y otro también, sus dolorosos cinturones. Piden, mejor, exigen, para los demás lo que ellos no son capaces de hacer.
Tampoco quieren dejar de viajar en primera. Aunque esto es entendible. Se imaginan el tostón que supone para estos infortunados que en los recorridos de menos de cuatro horas les toque como compañero de viaje al típico plasta que les pregunte cómo consiguen gastar sus fabulosas dietas en tan poco tiempo, o que, después de esas maratonianas sesiones parlamentarias, el puñetero viajero siga, erre que erre, mareando la perdiz con imaginarios índices de paro y de supuestos problemas económicos. O que descubra, el muy canalla, que el sacrificado servidor público no sepa ni tenga idea para que fue en esa ocasión al Parlamento Europeo -aunque sí fichó para seguir engordando la cartera- ¡Qué mal trago tiene que pasar cuando debe coger el primer avión -en primera clase, faltaría más- para regresar a casa y llegar a tiempo a la fiesta que le han preparado sus incondicionales amigos –éstos mismos que esperan alguna protección cuando la ocasión la presenten calva!
Esto no es nada nuevo. ¿Cuántas veces hemos pregonado que el político no es la solución sino que forma parte del problema? Nunca hemos llegado a entender como representantes de la política tienen tres sueldos públicos y cobran la friolera de 241.000 euros al años, como es el caso de María Dolores de Cospedal, del PP, o Leire Pajín, del PSOE, ahora ministra de Sanidad, que cobraba otro tanto por el estilo. Una birria de sueldo, como pueden ustedes ver. O que el presidente de la Diputación de Castellón no tiene mas remedio, el pobrecito, que declarar un patrimonio de 3,9 millones de euros cuando hace cinco años NO declaraba ninguno. O cómo se justifica que un presidente de una comunidad autónoma, llámese la canaria, por ejemplo, cobre 8.267 euros más que el propio presidente de la nación. Y así, sucesivamente.
Pero no todo el monte es orégano. Ni todo es poder y dinero. Para ser justos hay que reconocer que en este mundo de Dios y complicado de la política no todo funciona de la misma manera, ni todos nuestros representantes -no sé si también gracias a Dios o a su honestidad- arriman las ascuas para su sardina. Lo triste es que, tal como trascurre la cosa, da la sensación, que los honestos son cada vez menos. Y la mayoría, para seguir chupando de la teta, trata de desprestigiar a los honorables tachándolos de anticuados y desfasados.
Me recuerda el caso de Julio Anguita, comunista él, que, calladita la boca y sin prensa de por medio que alardeara de su hazaña, renunció por escrito a la paga de pensión máxima vitalicia a la que tenía derecho como ex parlamentario, argumentando que con la pensión que le correspondía como maestro tenía suficiente. O, -y, aunque más alejado- el de la cantante Nana Mouskouri, que siendo representante de Grecia en el Parlamento europeo y viendo la situación en la que se encontraba su país hizo lo mismo. Alguno más habrá, supongo. ¡Dios lo quiera!
No sé, si alguna vez, volverán las oscuras golondrinas o si regresará algún día la sensatez a la clase política, mientras tanto, los, cada vez más indefensos ciudadanos seguirán viendo desde la barrera como se trata de silenciar al político honesto y esforzado, al que, por no seguir las directrices del pensamiento único que impone su partido y, en ocasiones, no comulgar con comportamientos poco éticos, se tacha de anticuado. Así que, por no tener las alturas de miras de sus correligionarios, seguirá desamparado, sin abuela que lo escuche, mientras sus colegas seguirán creciendo en prestigio y subiendo como la espuma -en algunos, los más espabilados- sus cuentas corrientes.
Diferentes formas de sentir la política y concebir el servicio a la colectividad.
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