25 ene 10. Luis Pérez Aguado
Ayer fui al Centro de Salud. Desastre padre. La doctora estaba enferma. Sus pacientes eran atendidos por otra pediatra que, además de los suyos, atendía a los infantes que llegaban por Urgencias, eso sí, con todo el cariño que las circunstancias, que eran más bien escasas, le permitían. Overbooking, llantos, virus, nervios contenidos de la doctora en cuestión, mosqueos, tres gritos de una madre angustiada, cabreos de varios padres y despiste morrocotudo de un abuelo, al que nadie consiguió ni pretendió ponerle solución y mucho menos sacarlo de su error. Desalentador.
Días más tarde, la doctora continuaba enferma. Seguía sin sustituta y la consulta, aunque con otros protagonistas, parecía un calco de aquel día.
No descubro la pólvora si afirmo que nuestro servicio sanitario no es nada boyante. Si no que se lo pregunten a esos más de dos mil pacientes de Lanzarote y Fuerteventura (datos de junio) que tienen que esperan más de seis meses para ser operados o atendidos de sus dolencias en las especialidades médicas que tienen que ver con sus enfermedades. Y a nuestros responsables sanitarios y políticos se les llena la boca cuando dicen que hemos progresado.
A esto le llaman progreso, a esperar meses a que el médico te mire el ombligo. Barreras que encuentra el ciudadano para que acuda, si sus bolsillos se lo permiten, al médico privado. Buena excusa, a la que se le añadirá cualquier otro motivo que contribuya a empeorar la imagen de la atención pública, para, soterradamente, seguir privatizándola.
Los presupuestos destinados a las concertaciones, año tras año, van en aumento, mientras la mayor parte del antiguo Hospital Militar, varias plantas del Juan Negrín, en Gran Canaria o el edificio de consultas del Hospital Universitario de Canarias, en Tenerife, permanecen cerradas porque no hay voluntad para activarlas. Equipos de un alto costo adquiridos para la sanidad pública es la privada quien dispone de ellos. Muchos de nuestros jóvenes médicos, cuando terminan su formación, cogen las de Villadiego y buscan su futuro fuera de aquí, porque el trato y estímulo económico no es nada halagüeño. 73 millones de euros, que se dice pronto, serán recortados de los presupuestos en Sanidad, mientras el sector primario cada vez es más residual.
Resulta paradójico, según revela el informe anual de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública, que sean Madrid y Valencia, las comunidades más ricas, las que, junto con Canarias, tengan los servicios sanitarios más deficientes de toda España. Y resulta enigmático, cuanto más que todas ellas han apostado por la sanidad privada. A la larga habrá gasto excesivo, ahorro de personal y vaya usted a saber cuántas cosas más. Luego vendrán los errores humanos y “terroríficos” como admitió en su momento el director gerente del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, tras la muerte del niño recién nacido de Dalilah, la primera victima mortal de la gripe A, porque una enfermera de la sobrecargada y precaria plantilla del Hospital le inyectó en vena leche para prematuros. Aquel error humano la pagará la inexperta enfermera, pero, como es de esperar, no se tendrá en cuenta a los otros humanos (?) los que recortaron la sanidad madrileña hasta permitir que, en una Unidad de Cuidados Intensivos, la mitad del personal sea eventual y una enfermera, como la que erró, se pueda quedar sin supervisión en su primer día en la UCI.
Tampoco hace falta ir muy lejos. Años atrás esto mismo sucedía en el Hospital Nuestra Señora de Candelaria, en Tenerife, cuando un enfermero que ese mismo día era trasladado del Servicio de Incidencias del hospital al Servicio de Cuidados Intermedios de Neonatología cometió el gravísimo error de inyectar veinte milímetros de leche por la vía intravenosa y no a través de la sonda nasogástrica. Desgraciadamente el niño murió.
Y no escarmentamos. Nada menos que 73 millones de euros serán recortados a Sanidad.
Así estamos.
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