Navidades con sabor a caldo de pollo

17 dic 09. Luis Pérez Aguado
El aire huele de forma diferente. Hay ambiente de fiesta en las calles. Árboles iluminados, belenes en los escaparates, sonrisas, juguetes...Las calles lucen más que nunca, se come, se gasta…

Es tiempo de pensar en ese detalle que tanto deseamos, en aquel ambicioso objeto que nos mira desde hace meses desde el escaparate, hoy más esplendoroso; en las comidas y cenas de empresa, por aquello de confraternizar. Es el momento de permitirnos todo tipo de extras, porque para eso, caramba, se acerca la Navidad.

Y se sale a la calle cuajada de bombillas para comprar las velas y el acebo de la mesa, que este año vienen a cenar tus hermanos y no podemos quedar peor que ellos, ¡menuda mesa pusieron las Navidades pasadas, los muy pretenciosos!; para comprar el aguinaldo del portero, que más vale tenerlo contento y, desde luego, no ser menos que los del ático, con su aire de nuevos ricos; para comprar…

Cada vez resulta más difícil celebrar un acontecimiento sin estrenar pantalón, querer sin ofrecer joya de oro, ser pedagógico sin regalar un ordenador, cenar en paz sin una trucha que armonice la cena o reírse sin burbujas.

Ya no sabe uno si las fiestas son en honor del santo patrón, si son ritos ancestrales cíclicos o si son ferias que organizan los comerciantes.

El tiempo no se divide en días de trabajo y días de descanso, sino en días de trabajo y días de consumo. Con sumo gusto. El concepto de placer está cambiando. Ahora es un valor de bolsa. De bolsa llena. De acciones y emociones, que se compran y se venden.

Celebramos el nacimiento de un niño que nació, dicen, hace dos mil nueve años. ¡Cuánto tiempo! Tanto que casi no sabemos lo que celebramos. Quizás por eso no sabemos bien como celebrarlo.

Pero no importa, porque hay que ver como nos invita la televisión, como se pone el mercado, como nos tientan los grandes almacenes, como nos desafían los vecinos, los amigos.

Todo, estos días, nos recuerda que es Navidad, todo nos invita, nos empuja a celebrar estas fiestas.

Ya lo dicen los enterados que las celebraciones y los excesos van íntimamente unidos. Y no estaría mal, ya que el cuerpo, y aún el alma, agradecen la parranda. No estaría mal si el abuso no se redujese al consumo.

La felicitación navideña vale de poco si no viene respaldada por algo más sólido. El mensaje de paz que antes se daba desde los púlpitos se da ahora desde los escaparates con sabor a caldo de pollo, cava, jamón serrano, electrodomésticos a go gó, o juguetes tutifruti.

Los mayores ya sabemos que los deseos de felicidad son solamente frases bonitas que el clima que se respira en estos días nos hace pronunciar con sinceridad y entusiasmo muchas veces y , como mera formula, casi siempre y que no dejan de ser unas palabras tradicionales por el fin de año.

Han pasado más de dos mil nueve años desde el nacimiento de Jesús. Desde entonces han surgido y caído muchos imperios. Millones de hombres, mujeres y niños han muerto a manos de otros hombres. La especie humana es capaz de destruir a sus enemigos y de destruirse a sí misma. Ya no hay límites para sus ambiciones.

A pesar de ello es Navidad y resulta hermoso que, aunque sólo sea en estas fechas, nos deseemos lo mejor. Así que: ¡Felicidades!

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