4.000 alzados en defensa del monte de Doramas


No es mucho lo que se ha escrito sobre este motín que fue sin duda uno de los acontecimientos más importantes de la primera mitad del siglo XIX en Gran Canaria, pues se dice que en él participaron más de 4.000 personas, lo que rondaría el 10% de su población. Francisco María de León pensaba dedicarle un espacio en su obra, pero no sabemos si no lo llegó a escribir, o si no se copió en el manuscrito que se conserva (1).

Millares Torres le dedica un par de páginas en su Historia atribuyéndolo todo a "la ignorancia del pueblo" que fue manipulado por los absolutistas (2). Domingo J. Navarro, otro ilustre liberal, decía que todo fue obra de los frailes y de los "serviles":

"que tuvieron el atrevimiento de sublevar todos los pueblos del interior de la isla para que en somatén bajaran a Las Palmas a proclamar al Rey absoluto, exponiendo al saqueo de los incultos campesinos toda la ciudad, donde sin duda hubiera corrido la sangre en medio de inmensas desgracias.

El pueblo de Teror fue el centro de los amotinados del norte, capitaneados por un fornido palurdo que manejando un grueso garrote y enseñándolo gritaba:

este es el jefe pulítico que too lo gubierna. Mañana diremos a la siudá a machacá el mojo en la cabesa de María Sebolleta (estatua de la Libertad, y de toos sus melisianos (3).

Ninguno de ellos habla de la oposición de los campesinos a la revolución liberal, ni menciona la Montaña de Doramas que, como veremos, estuvo en el centro de los acontecimientos. Evidentemente no podían -o no querían- comprender, debido quizás a esa parte de hipocresóa o, si se quiere, de obcecación, que toda ideología comporta.

Los que estuvieron más o menos abiertamente de parte de los sublevados, cuando triunfó el liberalismo, se comprende que no tuvieran especial interés en volver sobre el asunto. Don José 0uintana Llarena, en un folleto que escribió para demostrar "lo lejos que este alzamiento estaba de ser en sentido absolutista", llega a decir que el grito de guerra fue: "Viva la Constitución, Viva la Virgen del Pino y la Montaña de Doramas" (4).

Chil, tal vez por su preocupación por los montes, a los que dedica un capítulo -"La destrucción de la vegetación"- de sus Estudios, pero sobre todo por su alejamiento de la (pequeña) política y su actitud científica, nos proporciona, no sólo la mayor parte de la información de que disponemos, sino, diríamos, una interpretación "moderna". Es el que nos da una visión más rica de los acontecimientas, pero, sobre todo, es el único que los encuadra correctamente.

Dice Chil que ya en julio de 1820, en una reunión de la Junta Electoral para nombrar al elector que había de ir a Santa Cruz de Tenerife, principiaron las intrigas de una manera poco decorosa, pues bajo la capa de patriotismo se aspiraba nada menos que a apropiarse algunos de los montes, sobre todo de Doramas, que era lo que más ambicionaban muchos de los más exaltados patriotas (5).

Los pueblos del norte de la isla estaban alarmados por las noticias que corrían. Estaban convecidos de que las autoridades habían indicado a sus amigos y allegados que estuviesen preparados para, llegado el momento, apropiarse de las mejores, y mayores, tierras. Soverón, el presidente de la Diputación Provincial, decía a unos pueblos que podían apropiarse parte de la Montaña y a otros "les mandaba órdenes terminantes para su conservación", enfrentando así a los pueblos de Teror, Valleseco, Firgas, Arucas y San lorenzo, contra los de Moya y Guía. Ya por entonces, dice Chil, los partidos empezaban a "deslindarse", y el absolutista "engrosaba cada día con los desaciertos de los liberales" (6). La prohibición de vestir el hábito monacal a los monjes de las casas suprimidas y la secularización de sus bienes vinieron a caldear el ambiente.

Es increíble el efecto que esto produjo en el país, especialmente en los campos, donde los conventos tenían numerosas fincas y las mejores de la isla. Hízose correr la voz entre los colonos que los iban a expulsar para ponerlas a precios más subidos y que ellos morirían de hambre, además de que era, se añadía, un robo hecho a la Iglesia de Dios y que esto debía traer grandes castigos (7).

Más que la propaganda de los frailes, era la política liberal la que engrosaba, con los campesinos, las filas absolutistas. M ientras, el entusiasmo liberal "entre las personas de la situación era tal que en todos los establecimientos públicos se inscribían artículos de la Constitución" (8).


En las elecciones que se celebraron el 7 de diciembre de 1821, el candidato de los absolutistas fue D. Pedro Alcántara Déniz, uno de los más decididos defensores de los "derechos, prerrogativas y preeminencias" de la isla, y de los más firmes partidarios de la conservación de los montes, lo que le granjeó gran número de votos, especialmente en los campos. El candidato de los liberales era el doctoral Graciliano Alonso, uno de los responsables del informe de la división de la "catedral" (diócesis) de Canarias, que disgustó tanto en la isla. Dirigente de los "exaltados" - partido "que si no era el más numeroso, era el que más trabajaba y vociferaba"-

sujeto de conocimientos y de un carácter sarcástico, relacionado con lo más escogido de la población y profesando las más avanzadas ideas que los retrógados calificaban de disolventes; con una presencia elegante en una posición brillante; con una instrucción nada vulgar y de maneras finas y cortesanas (9).

En 1817 se había manifestado partidario del reparto de Lentiscal (se abstuvo de opinar sobre Doramas alegando que no conocía el problerma) (10).
El día de la elección, viendo los liberales que iba a ganar Alcántara (acudieron muchos electores de los campos), le acusaron de no tener saldadas ciertas cuentas que tenía a su cargo, por lo que hubo de retirarse, resultando "elegido" el doctoral.

En 1824 se ordenó el uso de papel sellado para celebrar documentos. La exención de esta obligación era uno de los más preciados privilegios fiscales de Canarias. Ya en 1814 se había ordenado su uso, pero tras una representación del Ayuntarriento de Las Palmas, el rey había derogado la orden. Todo esto se atribuía, por supuesto, al mal gobierno, al Liberalismo, y no a las dificultades de la Hacienda.

Mientras tanto la Diputación Provincial (especialmente algunos de sus miembros que luego obtendrían importantes datas: los tinerfeños José Sicilia y González Corvo, y los canarios Pedro Gordillo, Francisco Campos y Francisco Carreras) se esforzaba por conseguir el reparto de Doramas. Sin la autorización competente se repartieron suertes y empezaron las talas.
Los pueblos de Firgas, Moya y Arucas dirigieron una Fepresentación al Jefe Político y a la Diputación Provincial, que, naturalmente, no obtuvo respuesta. Convocaron entonces a sus habitantes en la plaza de Teror, donde acordaron elevar una queja a la Real Audiencia, que contestó que con la nueva organización del Estado, ya no era competente en aquellos asuntos. Viendo que ya no les quedaba a quien recurrir "pusieron fuego a las casas de los usurpadores, destrozaron los trabajos hechos por ellos, y después se retiraron a sus casas" (11).
En vano intentaron formarles causas por estos actos; pues el juez que a ello se atrevía, o volvía apaleado o destruidas las actuaciones que había incoado, sin poder llegar nunca a descubrir al culpable, porque todos habían hecho causa común (12).

En abril de 1823 llegó a Las Palmas el jefe político, Rodrigo Castañón, y tomó medidas para que se conservase la Montaña de Doramas, con lo que se calmaron un poco los ánimos. Pero la desconfianza no desapareció. En Tirajana trató de adquirir información sobre los pinares, pero nadie se la daba pensando que los quería repartir. Se cuenta que entonces se dirigió al secretario del ayuntamiento amenazándole con grandes penas si no le decía cuantos pinos había en el pinar, y éste, señalando al perro que tenía a sus pies, le contestó: "Cuando Ud. me diga cuantos pelos tiene el perro".

También se contaría - aunque esto probablemente pertenezca a la leyenda que se forjaría en el nuevo periodo absolutista- que estando en la ermita, y al ver que el santo tenía al diablo en los pies, comentó que eso no era muy cristiano y ordenó a sus soldados que sacasen el santo de la iglesia, y estos hicieron con él lo que quisieron. Lo cierto es que Castañón volvió a Tenerife, después de haber recorrido la Montaña de Doramas y los pinares sin contratiempos.

Pero las noticias que llegaban de la península - que los absolutistas divulgaban rápidamente-, junto al temor de los pueblos a perder sus montes, mantenía los ánimos exaltados. Se vivía en un ambiente de abierta rebelión, los pueblos hacían "lo que mejor les parecía, "siempre que se dictaba alguna Providencia que no les agradaba cumplir".

La Diputación Provincial había mandado cobrar una nueva contribución para pagar al juez de letras de Telde:

levantóse en masa todo el pueblo de Agüímes, se presentó en Telde forzando al alcalde para que les entregase todos los documentos relativos a la distribución del impuesto; hechos dueños de ellos los dieron al fuego en la Plaza de San Juan y se retiraron tranquilamente a sus casas sin que nadie se opusiese a estos actos (13).


....Continuará:
El pueblo de Teror fue el centro de los amotinados del norte de la Isla. En junio de 1823 ardió la Montaña de Doramas. Los pueblos de Teror, Firgas, Arucas y Moya acudieron a sofocar el incendio y, de paso, a destruir las fincas que se habían hecho en la Montaña.

II PARTE

2 Comentarios Blogger:

Administrador dijo...

Curioso cómo la creencia popular dice que el monte Doramas lo destruyeron todos, incluso el pueblo, cuando la realidad es la de siempre: la ambición de unos pocos y los intereses de la oligarquía.

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Anónimo dijo...

Magnífico, quedo a la espera de esa segunda parte.

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