Un paseo por la Selva de Doramas a comienzos del siglo XX

Del libro: "La tierra de los Guanartemes (Luis Morote)


La tarde estaba fresca; el cielo lleno de nubes amenazaba lluvia. i Con tal de que llegáramos sin agua a la cumbre ! Y los caballos apretaban por aquella carretera que es ya blando camino para los viajeros sin ninguna de las molestias que se sufren hasta Arucas.

A derecha e izquierda no hay un momento de reposo para los ojos, tan bello es el paisaje. Al salir de Arucas pasamos por frente al Trapiche, pasamos por el pago de Dolores y llegamos a Buen Lugar. Unos minutos de parada para hablar con el ilustre médico D. Federico León, quien por su aspecto físico y también por su espíritu, recuerda al insigne Federico Rubio de fama gloriosa.

Torciendo a la izquierda, bajamos a los baños de Azuaje. En cualquiera parte de la península se darían con un canto en los pechos por tener una estación termal como esta. La naturaleza ha hecho un tour de force para brindar al hombre en tan deleitosos lugares con aguas medicinales de primer orden. Y además allí no sólo cura el agua, cura el aire. Es una posición única Ia de los baños de Azuaje. Aún no estando enfermo, se puede ir a poner en tratamiento el alma, en la seguridad de sacarla purificada y engrandecida. No saben bien los propietarios de etsa estación termal, los señores Delgado, el caudal que allí poseen.

A poco termina la carretera. Acaba porque la obra es dificilísima y costosísima y porque el Estado parece con sus olvidos que se complace en que no se concluya. Pero los rematantes, entre los ques figura D. Juan Delgado, están dispuestos a seguir perdiendo dinero, y pese a todos los obstáculos darán fin a su empresa. Dentro de dos años se llegará en coche hasta la mismísima finca de Doramas.

En tanto esto llegue no hay más remedio que subir a caballo y subir por sitios donde no se arriesgarían más que estas bestias que nacieron y se criaron entre montañas. Cabalgando en tales animales va uno seguro. Ellos se podrán estropear, pero el jinete no corre peligro. Como nosotros somos señores de buen reposo, las caballerías nos esperan en lo alto de la cuesta llamada de los muertos.

Y trepamos en efecto a pie por la cuesta de los Muertos. i fatídico nombre !, hasta que nos hallamos en la cima y allí respiramos y nos creemos héroes por la difícil ascensión. No se puede ser intelectual y a la vez alpinista. Yo me digo, mientras trepo por las alturas, que esta no es tarea tan sencilla como la de escribir un libro.

Montamos. Caballeros en buenos caballos o en excelentes yeguas, yo me hago la ilusión por un instante en que somos los conquistadores de la montaña y que jamás antes de nosotros jamás alma viviente penetró en tales lugares. Todo es imaginación y fantasía en este bajo mundo, porque las huellas de los que ascendieron antes, de los que ascienden todos los días, me están probando lo infundado de mis ilusiones. Y pasamos por el pago de la Carretería y dejamos a la derecha el lindo pueblo de Moya y ya galopamos porque se nos quitó el susto, D. Luis Millares, que es una crónica ambulante, me cuenta la historia del gran héroe Doramas, el último de los Canarios. Yo oigo con extraordinario deleite tal narración.


Galopando entramos por la alameda que da acceso a la magnífica finca. ! Si el prestigio de la montaña nos habrá infundido alma de héroes ! La loca de la casa corre tanto como mi caballo y me creo transportado a otra edad y a tiempo muy otro. La hora, el lugar, todo contribuye al inverosímil sueño. Los árboles tienen aspecto de gigantes que nos presentan armas a nuestro paso triunfal. Y allá en el fondo se entrevé el castillo como morada misteriosa de las hadas del bosque. El alma de Doramas parece que sale de las lejanías de la muerte a saludarnos y nos da la bienvenida con los suspiros quejumbrosos del aire que agita el espeso ramaje de la selva encantada. No sólo los últimos héroes, sino que también los últimos dioses de Gran Canaria se refugiaron en estas cumbres de majestuosa paz y soledad.

El sueño se desvanece. Pasamos por debajo de un arco triunfal de verdura, y la música de Moya atruena el espacio con sus sones. Ya no somos héroes, somos humildes viajeros a los que se les tributa un encantador recibimiento en la mansión señorial.

A la mañana siguiente, muy temprano, comienza la serie de expediciones al través de la encantada selva. Unos cuantos espíritus animosos, al frente de los cuales estaba naturalmente Juanito Delgado - el señor de Doramas, el ilustre descendiente del muy ilustre general Morales, nos decidimos a visitar los Tilos, bajando por el sitio más espinoso. No es bajar, es caer, es despeñarse desde las alturas. Que lo digan si no mis compañeros de descenso, Juan Ponce, Arturo Sarmiento, Fernando Navarro, que ellos y yo sabemos lo que es aventurarse por el lugar llamado de la Sorpresa.

El bosque de la Sorpresa por donde bajamos no ha usurpado su nombre. Es una verdadera, una increíble sorpresa, de violentas emociones. Contaría y no acabaría nunca el rápido, vertiginoso caer por aquellas alturas. El que tropezase, el que diese un paso en vago no lo volvería a contar, se precipitaría hasta romperse la crisma. Y sin embargo es luminoso el descenso, es atractivo el peligrosísimo ejercicio. No hay recompensa sin riesgo y abajo nos espera un delicioso premio a nuestra carrera loca, corriendo y cayendo.

Se experimenta la sensación de que una extraña fuerza nos empuja y que el despeñamiento no tendrá término jamás. El suelo parece que se mueve en vértigo subterráneo y que al descender se abre bajo los pies y que la planta humana no tiene donde posarse ni el brazo donde asirse. Las piernas se agitan en furor inaudito, en el furor de salvar más y más distancias, No hay que volver la vista atrás, no hay que mirar a la cumbre del bosque de la Sorpresa. De volveros, os entraría un espanto supremo y entonces rodaríais perdido el equilibrio, vacía la cabeza. El abismo os atrae, ejerce sobre el que baja tal imantación que no es uno dueño de pararse un instante. Para el llano, para el fondo sin cesar. El cuerpo salta, vibra, con saltos y vibraciones de pelota elástica. Yo diría que al contacto de las peñas me han nacido alas en los pies y que no he bajado, que he volado desde la alta cúspide del mágico bosque.

Alla en el fondo, la magia de la naturaleza aun es mayor. Es la selva umbría de Bussaco, es el altar sagrado que forman los árboles en el Monasterio de Piedra. Y es aún algo más grande, es la Catedral de los Tilos, es el templo magno que levantan los tilos como en un supremo homenaje al Dios misterioso que engendró las primitivas leyendas. Sí, Catedral como le llamaron siempre con razón los antiguos y los modernos, como la describe el historiador Viera Clavijo.

Es sencilla y hermosa su descripción:
(La extensión de la montaña de Doramas es de casi seis millas. Muéstrense de allí la naturaleza, en toda su simplicidad; pero nunca tan rica, tan risueña ni tan agradable. - Esta parece su obra más exquisita por la diversidad y espesura de árboIes robustos, siempre verdes, descollados, rectos, fértiles y frondosos. Jamás ha penetrado el sol el laberinto de sus ramas, ni las yedras, y balveras y zarzas se han desprendido de sus troncos. La gran copia de aguas claras, y sumamente frías que en arroyos muy caudalosos cortan y bañan el terreno por diferentes parajes, especialmente en las que dicen Madres de Moya, conservan un suelo siempre entapizado de hierbas medicinales y olorosas. El canto de los pájaros, y el continuado vuelo de las aves que allí habitan en infinitas tropas, dan un aspecto delicioso a toda la Selva. Entre en ellas una imaginación poética, y verá por todas partes Náyndes y Dríades, etc - Los paseos, dilatados y planos, parecen un esmero del Arte, y agradan más porque no lo son. - Hay un sitio que los Paysanos llaman la Catedral, que a Ia verdad representa una gran pieza de Arquitectura, decorada de columnas, arcos y bóvedas.
Finalmente toda esta Montaña tiene bellos lejos y puntos de perspectivas, y si los Bosques afortunados de los campos Elíseos no tuvieron en nuestras Islas su asiento, esta Montaña es una buena prueba de que lo debieron tener.

No, no es exageración ninguna hablar de los Campos Elíseos de la mitología y de la leyenda como lo hace Viera y Clavijo. Los ingleses, que son grandes adoradores de los sitios deleitosos, vienen aquí en caravanas, instalan sus tiendas de campaña y se bañan en el agua fría, cristalina y corriente. Y es que la Catedral de los Tilos convida al desposorio de la Naturaleza con el Hombre. i Selva de Doramas, magnífica y majestuosa selva, un héroe te dió vida y nombre inmortal y otro héroe buscó aquí en las artes de la paz el descanso a las proezas milagrosas de la guerra !

Porque Doramas fue donada en toda su extensión al general Morales cual débil recompensa a sus servicios al Ejército bien exhausta. Le abandonó España, no le abandonó su valor.
En 1827, Fernando VII le nombra comandante general de las islas Canarias y Regente de la Audiencia. El 20 de Junio de 1834 pasa de cuartel a Madrid. En 1837 regresa a Canarias y muere en 1845 después de una vida tan llena de azares. ! Soldado a los 16 años era general á los 38 ! i General de los tiempos heróicos, de las luchas sobrehumanas ! Cada piedra de Venezuela es un testimonio de su valor, cada piedra de esta selva de Doramas canta un himno a su genio en la paz. i Los árboles de la Catedral de los Tilos entonan una canción de supremo tributo al genio de la guerra y de la paz !

Al volver de la expedición de los Tilos nos encontramos a otro gran Morales, al poeta inspiradísimo Tomás Morales, a uno de los más ilustres de la nueva generación de vates españoles. Viene a nuestro encuentro caballero en yegua y trae como lanza una fusta que por ser regalo de dama bella y de talento tiene para él precio inestimable. La fusta del poeta Morales manejada por él cuando recita, a modo de tirso del Dios Baco, el dios de la alegría, de la danza y del teatro, posee singulares simbolismos.

Por otro lado han llegado también a Doramas, Hurtado de Mendoza, Melo, Artiles. Ya está completa la excelente compañía. ! Y qué animación y qué comidas ! Aquellos son banquetes pantagruélicos. En la montaña, en plena montaña, la mesa está adornada de flores y nos sirven mets exquisitos como en un hotel de Londres, y corre el champaña brindando al júbilo y a los largos discursos. No se pueden realizar más peregrinos portentos que los que realiza la encantadora dama de aquel castillo encantado Doña Eloísa del Hoyo esposa de D. Francisco Delgado. Acreedora es a nuestra gratitud profunda y perdurable.


De sobremesa y luego en la terraza de la casa de Doramas, se hace literatura. Nos incitan a ello el saboreo de la espléndida comida y también de los tabacos habanos que nos ha regalado el administrador de la finca, el muy simpático D. Antonio Almeida. Y allí Luis Millares contándonos cosas - incomparable causeur - nos convierte las horas en minutos. Y allí Tomás Morales, admirable poeta y admirable declamador, nos recita versos suyos : Britania Máxima, Tarde en las selvas. Y luego versos ajenos : Marcha triunfal de Rubén Darío y poesías de Salvador Rueda, Villaespesa, Jiménez, Machado, Verlaine, Guerra Junqueiro. Y en este rincón del mundo, evocamos la máxima poesía por un gran poeta declamada. Evocamos la Santa poesía...

La soledad de la montaña, la augusta majestad de la montaña, es por sí tema de poesía. Los Arboles, los pájaros y hasta las piedras dicen que Ia Naturaleza es bella, proclaman el júbilo de vivir, porque en parte alguna se ofrece el testimonio inmortal de la renovación eterna del universo. ! Vivir! Como primitivos viven con toda la intensa rusticidad de sus pasiones esos montañeses y montañesas que pasan por las alturas, por caminos de cabras, llenando el aire con sus canciones y con sus cohetes voladores, El eco de su estampido retumba como trueno en la montaña. Es el fuego, la primera invención del hombre que tras de alumbrar el hogar se eleva triunfante al firmamento.
Un dios lo robó al cielo, y humanos, que como los divinos, viven, al cielo lo devuelven..

Nos decidimos a salir de la montaña de Doramas, ! y con qué pesar tan hondo ! Por nuestro gusto allí hubiéramos permanecido semanas, tal vez meses. Se nos imponía una especie de cenobitismo laico, sin votos, sin rezos, sin celdas, sin cilicios, el culto a la soledad de las alturas. Doramas sería para nosotros paraíso de deleites espirituales, con muchos libros para encanto del alma. Nada de escopetas mortiferas, nada de cacerías, nada que interrumpiese la paz de las aves y de las alimañas. Aves y alimañas podrían perdernos el respeto, llegar hasta las puertas de este castillo. Aquí se refugió un héroe cansado de guerrear. ! Qué mejor que evocarle en sus empresas pacíficas, en sus artes de la paz !

Así es que con un sentimiento muy vivo, con una tristeza muy honda, con nostalgia cada vez más creciente de lo que abandonábamos, montamos a caballo. ! Vaya fuera penas ! Volveré a la selva de Doramas. Allá en pleno verano he sentido frío, allá he tenido que dormir con manta, allá se me suprimió la noción del tiempo, ese tirano de la humana vida, allá durante tres días no supe que existían Gobiernos, porque no aĺcanza ni siquiera la acción de sus más perennes mandatarios, los que llevan tricornio. En Doramas los tilos son los únicos representantes del poder, como que se atreven a suspender las garantías constitucionales del sol.

Montamos y nos pusimos en marcha. Pero durante un rato grande, más de una hora, pese al raudo galopar de nuestros caballos, aquí subo y allá bajo, aquí resbalo por entre piedras de despeñadero, allá trepo cual al asalto de fortaleza inexpugnable, no logramos trasponer los límites de esta como sagrada montaña.

Dentro aún de la finca atravesamos el Lomo del Negro y la Cuesta de los Aceros. Desde arriba se domina el barranco de la Virgen. Y a cada paso tropezamos con ranchos de romeros, los que van o vienen de la peregrinación tan célebre de Nuestra Señora del Pino.

Atravesamos luego Zumacal - todos estos nombres me los va diciendo Juanito Delgado - y nos deleitamos con la vista de Valleseco y llegamos a la Laguna desde donde se descubre Teror. Por todas partes romeros y en los lugares de la montaña, de ordinario tan solitarios, puestos de tabaco, de turrón, de bebidas.

Los romeros van cantando y bailando, los hombres por punto general a caballo y las mujeres en su mayoría a pie. No se ve un semblante malhumorado, todos revelan el júbilo de la fiesta. El ! Viva la Virgen !, ya no es un grito, es un espasmo universal que llena con sus clamores la montaña entera.

El espectáculo es soberanamente animado, interesante, pintoresco. Nota de color, encendida nota dan al cuadro los zagalejos encarnados de las mozas y aún de las comadres que vuelven de la romería. Porque pocos son los que van y muchos son los que vuelven. A mediodía ha sido la procesión y acabada esta la desbandada se inicia, se acrecienta a cada hora, a cada minuto que pasa. Riscos y vericuetos, por aquellos pasos imposibles de la montaña que solo pudieron abrir generaciones enteras caminando durante siglos, están convertidos por la afluencia de gentes, en calles y plazas. Allí, en el recodo violento de una cuesta se han puesto a tocar y a bailar, acullá se han sentado en el duro suelo, en ninguna parte tan duro, y cantan y beben.

Es la juerga de la montaña, pero sin disputas, sin sangre. La violencia es cosa reñida con el alma fuerte y valerosa y por tanto buena de los montañeses.

El dios Baco coronado de mirto y de laurel, empenachado de pámpanos, pasea a estas horas triunfante por la divina montaña. Pero Baco cuando es hermano de Apolo, cuando es hijo preferido del cielo, cuando aún no ha sufrido su tercera y cuarta encarnación, cuando todavía no preside Ias bacanales, cuando conserva su plácida sonrisa de padre de la alegría y no se dibuja en su boca el rictus infamante de la desenfrenada embriaguez. Cabalga, sí, sobre un toro, pero ese, en sus lomos, lo lleva a modo de emblema pastoril. Su cabalgadura es el signo del trabajo, de la paciencia, de la obscura y tenaz labor que abre en la tierra el surco para la semilla. Y él se yergue gentil, sin perder el equilibrio, ni la dignidad de dios. Aún no le han brotado cuernos, ni Ie han salido pezuñas, al Baco mitológico. Aún no ha descendido de su trono. Aun es el preferido de las diosas, el que flirtea con Afrodita, el que tiene encuentros fecundos con Proserpina.
Por eso en toda la montaña, que alienta Baco, impera la alegría, vibran juventud y amor; pero no se mancha ni deshonra con la sangre...

Doramas
Resurge en mi mente el héroe que dio nombre a esta selva encantada. ! Adiós Doramas, campeón que como Lohengrin viniste a este mundo el " honor y la virtud a sostener " ! ! Adiós Doramas, tú que fuiste la osadía, el genio, la fortuna y la grandeza hasta la suprema caída en el campo de batalla !

Historiadores como Sedeño Escudero, Marín y Cubas, Abreu, Galindo, Viera, Sosa y Castillo, han popuIarizado al héroe pintándole de mil fantásticas maneras. En la Historia de las Siete Islas, de Marín y Cubas y en la historia de Viera y Clavijo aparece envuelto en leyendas. Lo presentan como uu rebelde sublevado contra el Guanarteme de Gáldar y atrayendo a su partido a todos los malcontentos: Gayfa, Tixandaste, Nayra, Gararaza. Pero sea de eso lo que quiera, lo que parece comprobado es que Doramas se hizo fuerte en lo montaña y fijó su residencia en una caverna.

En esas leyendas se cuenta su encuentro con Bentaguayre, aventura que parece sacada de las empresas del Ingenioso Hidalgo de la Mancha, tan buen caballero como a menudo infortunado paladín. Bentaguayre, uno de los personajes más valerosos de Telde, no podía acostumbrarse a la idea de ver a Doramas en el trono, ni sufrir que se hubiese alzado con la fama del mejor soldado de la Nación. Y acometido de esa ira, determinó no descansar hasta hacerle un ultraje.

Un día en que Doramas debía salir muy de mañana de campo para dar vista a sus ganados, sin llevar acompañamiento, se sentó Bentaguayre en el camino, y apenas lo vio cerca de sí y le reconoció por su rodela acuartelada de blanco y rojo, ni se puso de pie, ni le hizo la menor cortesía. Doramas tenía mucho juicio para no despreciar la afectada indiferencia de Bentaguayre; pero este altivo hidalgo, arrojándole a la cara un gran puñado de arena (señal de desafío entre los canarios), como se cubriese Doramas con su escudo, tuvo facilidad de entrársele rápidamente por debajo y alzarle en el aire (la levantada de las luchadas) hasta derribarle sobre el polvo. Cuando Doramas se vió a la merced de su enemigo y que la respiración casi le faltaba, exclamó : ¿Quién eres tú, que me oprimes como el fuerte gavilán al débil pajarillo? Respondió Bentaguayre: « Trata de conocerte primero a ti mismo, y después sabrás quién soy yo. " Yo soy Doramas (dijo el turbado príncipe) hijo de Doramas y confieso que soy un trasquilado".

Pues ese trasquilado, ese plebeyo, que llegó a ser rey, hizo una resistencia pasmosa para sostener la independencia de su patria. Y de cómo murió daré una idea procurando acordarme de lo que me contó Luis Millares.

El miércoles 30 de Noviembre de 1481, se libró la batalla de Arucas, sepulcro de la independencia de los Canarios en su lucha con los españoles. Pedro Vera, el esforzado guerrero y conquistador, cubrió de tropas el valle de Arucas. Mientras, Doramas se hallaba bañándose tranquilamente en la vecina playa de Layraga, acompañado de algunos de sus mejores amigos. Lleváronle allí la noticia de la aparición de sus enemigos y como supo que su número era considerable, creyó que iban decididos a establecerse en aquel sitio, levantar una fortaleza y dominar desde allí las ricas comarcas del Norte, expulsándole de esta hermosa selva donde se albergaba.

Acometió como Leónidas, sin contar el número de sus adversarios. Hizo caer sobre las filas castellanas una lluvia de piedras, dardos y otras armas arrojadizas, mientras recibía el tiro de las ballestas, flechas y arcabuces. Entonces trató de romper el muro que le presentaba el ejército español, esgrimiendo a uno y otro lado su terrible espada de combate, de la que dice Marin y Cubas "la espada de palo que él jugaba con una mano como si fuera una caña, no podía un español a dos manos mantenerla".

Era indomable, bravo entre los bravos. Y Vera se precipitó con todos los suyos sobre el caudillo canario. Un soldado, Juan Flores, acercándose a Doramas trato de atravesarle el pecho con su lanza, pero el isleño, desviando el cuerpo con increíble ligereza, y levantando su espada que era maza, de un revés le deshizo el cráneo, haciendo rodar el cadáver a sus plantas. Formóse rápidamente a su alrededor un círculo de españoles que por todas partes le acosaban, alejándole de los suyos, a cuyo frente iba el soldado Pedro López que lo perseguía con su espada. En este momento llegó al fin Pedro de Vera y rompiendo el cerco se avanza sobre su enemigo y le atraviesa el costado izquierdo con su lanza, al mismo tiempo que el jinete cordobés Diego de Hozes le daba por la espalda otra lanzada.

Eran muchos los enemigos, grandes ya las heridas; pero Doramas no se rendía ni cejaba un punto en su coraje. Aún tuvo tiempo de volverse y de un certero golpe romperle una pierna a Hozes; pero, quedando por este movimiento en descubierto, el general aprovechó la ocasión y le hirió en el pecho, derribándole en tierra.

El gran Doramas soltó su espada y cayó de rodillas. Y entre las ansias de la muerte, desangrándose por sus heridas, empezó a pedir agua a grandes voces. Lo cual interpretaron los españoles como signo de que reclamaba ser bautizado y un soldado trajo el agua de una charca vecina en la copa de un sombrero alemanisco. Pero ya era tarde. El héroe expiraba en aquel momento, expiraba por su patria.

Vera le cortó la cabeza y mandó se la llevasen clavada en una pica - más que por crueldad - de otra parte frecuente en aquella época - para convencer a los enemigos de que ya se les extinguió su última esperanza. Y así fue porque en adelante, vencedores y vencidos le llamaron el último Canario, el héroe en el que se encarnaba toda una causa de independencia. Su muerte aseguró la conquista. Y ya sólo en esta selva bravía como su alma, alienta la grandeza con que la naturaleza se defiende contra todas las invasiones.

Doramas era grande entre los grandes, era uno de aquellos héroes que la Humanidad coloca al lado de los sabios y de los artistas. Dijérase que en tierra pobre y mísera renació la sombra augusta de un personaje de Esquilo. La tragedia de Arucas era digna de la selvática majestad del solitario de la selva, del león del bosque sagrado...

Al terminar el llano de la Laguna nos detenemos un momento para contemplar la sublime belleza del panorama. Desde allí se descubre el bosque de Osorio, desde allí se ve el pueblo de Teror, desde allí se admira un extenso valle hasta el mar. Bajamos en cuesta y llegamos a Teror por entre romeros, apartándonos a cada instante para dejar pasar a la alegres parejas, a las reses que conducen con una cuerda los fuertes montañeses.

Y entramos en Teror casi con entrada triunfal, porque a esta hora, las dos y media de la tarde, todo el pueblo y lo cientos o los miles de forasteros que lo invaden, están en la calle. Y naturalmente despertamos la atención pública y a nosotros van las miradas de las bellas que se asoman curiosamente a balcones y ventanas.

Llegamos a la plaza, desmontamos frente al Casino y al apearnos resuena una salva de aplausos. Hombres y mujeres, sobre todo mujeres, van de rodillas desde la plaza a la iglesia y a veces dando vuelta a la iglesia, para cumplir un voto, para hacer una ofrenda de devoción.

Allá en el fondo de la iglesia, junto al altar mayor, está en andas de plata la imagen de la Virgen del Pino. Tiene un dineral, un tesoro en sartas de perlas, en topacios, en amatistas, en esmeraldas, en sortijas de valor. Es inestimable ese tesoro. Y ello prueba cuan persistentes son las causas para que subsistan los efectos. Pasaron las leyes desamortizadoras, pero la sencillez devota ha ido amasando nuevas riquezas. La idolatría popular tiene durezas de roca, voluntades de montaña firme y maciza.

Al otro lado del altar y en uno de sus escalones se ve una bandeja repleta de dinero: montones de calderilla, pesetas, duros y hasta billetes. Y todo eso se cambia por medallitas de la Virgen del Pino, por medallitas que dicen "Apareció milagrosamente en la isla de Gran Canaria. Villa de Teror el ocho de Septiembre 1481". Desde la selva supongo que la vería Doramas. ¿Venía a salvar la independencia o a facilitar la conquista? ! Terrible misterio !

La villa de Teror tiene un aspecto extraordinariamente simpático. Es un pueblo muy pueblo. Sí, sin pretensiones de ciudad que trae a las mientes el recuerdo efusivo de la Aldea perdida. Un pueblo que no siente emulaciones ni rivalidades y que sin embargo es trabajador, próspero, fecundo. Un pueblo que goza con la alegría de su romería actual, de su feria famosa en toda la isla. Un pueblo que atrae a todos los habitantes de Gran Canaria, en varias leguas a la redonda, un pueblo que sabe llenar con los ecos de sus risas y de sus cantos la solitaria y encantada selva de Doramas.

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